Amar o morir V Chabelita

A pesar de un cuerpo grande, robusto, se le percibe frágil, vulnerable, tierna. De sonrisa fácil, generosa, ojos pequeños que se rasgan tratando de verlo todo a través de los gruesos vidrios redondos; con la audición disminuida, por lo que hay que repetirle las cosas más de cerca, una se pregunta qué pudo hacer para entrar a Santa Marta Acatitla hace 6 años, sin saber cuantos más  estará aquí, porque no ha sido sentenciada y su proceso se alarga con un abogado de oficio que es buena persona pero al que casi nunca ve.

Nací aquí, en Tlalpan, dice. Seis hermanos hombres, yo la más chica y única mujer. Con ellos crecí. Nunca pensé que acabarían siendo mi desgracia. Jugábamos con resorteras, canicas, trompos, futbol, nada de muñecas. Soñaba con tener una hermana, o ser hombre para tener compañía. Me sentía muy sola. Era la consentida de mi papá, él me llevaba a la escuela. A los seis años me dio sarampión y se me reventó un oído. No oía bien. Mi papá me compró un aparato, pero no funcionó. Tampoco veía bien, pero no lo sabía. Creía que las cosas eran como las veía. Nadie se dio cuenta. Seis años reprobé primero de primaria. No quería ir a la escuela. Se burlaban.

Mi papá tomaba. Golpeaba a mi mamá, luego la contentaba trayéndole relojes. Le encantaban. Ella criaba puerquitos.

Él trabajaba en las pipas de agua. Ganaba bien. Mis hermanos se volvieron choferes de las pipas.

Los fines de semana íbamos a Michoacán, ahí sembrábamos elotes, o nos llevaba a pasear a Chalma.

Un día, en el rancho, comí capulines, me solté del estómago,  sangraba. Tuve miedo, pensé que moriría. Era el período. Yo no sabía qué era.

El doctor dijo a mi mamá, “platíquele a su hija que es normal”, pero a ella le dio pena. Fue mi papá el que me explicó. Se me quitó el miedo. Me llevó a la farmacia a comprar toallas. También me dijo que no tuviera novio, pero cuando lo tuviera, no debía embarazarme.

Conocí a Arturo, mi primer y único novio a los 16, él de 25. Era ayudante de mi papá. Cuatro años anduvimos a escondidas. Mi padre muy celoso, mis hermanos decían que cualquier novio, lo iban a matar. Él respetuoso, me regalaba flores. Me sentía muy segura con él.

Cuando se enteraron, mi papá corrió a Arturo de la casa y del trabajo. A los ocho días me buscó. Nos fuimos a casa de su mamá en un pueblo de la sierra en Oaxaca.

Durante más de un mes no tuvimos relaciones. Temía que me fuera a lastimar.

Al mes de llegar, Arturo me dejó con su madre y se fue a Oaxaca, a trabajar de albañil. Le llamé, le dije que me había juntado con él, no con su mamá. Vino por mi, me llevó a un cuartito de lámina, que rentaba en Nochistlán. Como cama, cajas de cartón.

Ahí me le entregué. Me sentí amada, protegida por él. La sexualidad me cambió; Me sentí mas viva, más guapa… mujer.

Empecé a trabajar en una fonda, lavando trastes. De a poquito tuvimos una mesa, sillas, un colchón. Seguido nos reíamos. Íbamos a visitar a mi suegra al pueblo. Ella Empezó a meterle ideas a Arturo, quería una mujer del pueblo para él, decía que yo me vestía como prostituta.

A los seis meses, él cambió. Empezó a golpearme, decía que yo no respetaba a su mamá. Por ese tiempo, me embaracé. No sabía que para tener hijos, se hacía el amor. Me puse contenta, él también al principio, pero al poco, empezó a decir que el hijo no era suyo, idea en la que insistía su mamá. Una semana antes de aliviarme, quiso tener relaciones. Me negué. Peleamos. Me golpeó, una patada en la boca del estómago me dobló. Pude llegar caminando hasta el hospital. Me hicieron ultra sonido, dijeron tendría que ser cesárea urgente y me trasladaron a Oaxaca en ambulancia. Él insistió en ir en la ambulancia. En el camino repetía que si una mujer tiene cesárea, no vale como mujer, al oído me decía que no servía para madre ni para nada, que nunca me quiso, solo se juntó conmigo por venganza hacia mi padre. Llegando al hospital, me caí, no vino a levantarme. Ahí fue que me arrepentí de haberme juntado con él. No quiso firmar para que me hicieran la cesárea, lo hice yo.

El bebé peligraba. Fueron tres horas de quirófano. Mis pechos casi no tenían leche, el bebé no se llenaba. Arturo venía a vernos, pero no trajo pañales ni leche. En el hospital me regalaron ropita. Al salir, me llevó en camión al cuartito en Nochistlán. Dijo que iría a Oaxaca y no quería encontrarme al regreso porque ese hijo no era suyo.

Conseguí un teléfono. Llamé a mi mamá, le dije “Perdóname, acabo de parir. Ya entiendo lo que es ser madre”. Nomás me pidió la dirección, al otro día estaba en Nochistlán. Aquí estoy, dijo. Se espantó de verme débil, flaca, amarilla. Nos llevó al doctor, compró leche, pañales, ropa y me trajeron a Tlalpan. Sentí la vida de nuevo,

también culpa de ver a mi mamá tan acabada por ese tiempo sin saber de mi. Arturo me prohibía comunicarme y yo obedecí.

A los ocho días mi madre preguntó si quería regresar con mi marido. Le dije: No, yo quiero vivir como madre soltera.

Mi padre me mandó traer a Tijuana, donde trabajaba en un bar. Antes de ir, registré al bebé como madre soltera. Esa vez  conocí el cielo por la ventanita del avión.

Me consiguieron trabajo despachando carne en una tienda de abarrotes. Al año regresamos al DF. Todos mis hermanos trabajaban de taxistas. Pedro, mi hermano más cercano, querido, el que siempre me protegió, cayó al reclusorio Norte acusado de  secuestro.

          Mi madre murió poco tiempo después de un paro cardiaco. En su agonía me pidió que siempre viera por Pedro, que le llevara un taco, así como ella vio por mi. Lo hice. Mis otros hermanos no lo visitaban. Él se quejaba de que le pegaban, pedía le depositaran dinero para que no lo metieran a la celda de castigo. Yo no tenía dinero, pero le llevaba comida.

Un día cambió mi vida. Pedro me pidió que cobrara un depósito de trece mil doscientos pesos que le había hecho una novia en una tienda “Elektra”. Lo hice. Al mes, la policía cateó mi casa. Nos detuvieron a dos de mis hermanos, dos de mis cuñadas y a mi. Fue el once de diciembre de 2011. Día de las mañanitas a la Virgen.

Nos llevaron a un lugar por el centro. Detenidos durante veintitrés días, nos interrogaron acusándonos de secuestro y homicidio calificado. De ahí, a Santa Marta.

Al año detuvieron a mi papá. Él se entregó para que nos exculparan. Murió hace cinco años en el reclusorio Oriente. Se le derramó la vesícula. Me sentí muy sola. Aún resiento su muerte y la de mi madre. Ya no tengo relación con mis hermanos. No me visitan. Llevo seis años aquí. El proceso sigue, no hay sentencia, ni para cuando. Mi abogado de oficio dice que debo promover un careo con mi hermano Pedro, pedirle aclare ante el juez que no participé en nada de lo que se me acusa. Sólo en ir a cobrar un depósito, sin saber de qué.

Si me quitan los cargos de secuestro y homicidio, aunque dejen encubrimiento, o extorsión, me darían doce años. Podría salir con beneficio. Esa es mi lucha.

Mi gran pesar es no estar con mi hijo. Ya tiene doce años, vive con mi abuela, una tía, un tío mudo que trabaja recogiendo basura y el hijo de mi hermano Pedro. Su mujer también está presa.

Sin apoyo de fuera, trabajo haciendo limpieza de otras internas para sacar mis gastos y dar un poquito a mi hijo.

La vida me resulta muy difícil, pero con todo, doy gracias a Dios de haber llegado a este lugar.

¿Como pensar que tuve que caer injustamente presa para aprender a leer y escribir? ¿llegar a segundo de secundaria? ¿trabajar?, ¿valorar una pasta de dientes, un jabón de olor, un papel de baño?. Pero sobre todo, ¿valorarme yo como persona, como mujer?. ¿Aprender a no quedarme callada como antes?. ¿También a analizar mis errores?. ¿Saber que tengo un espacio de libertad para escoger lo que quiero vivir?.

El amor aquí, lo encuentro en algunas compañeras. Sólo de amigas. No me gustan las mujeres. De con los hombres, yo digo que soy virgen. Nunca tuve un orgasmo como dicen que es. Me gustaría. Aunque al principio sí disfrutaba el sexo, cuando se volvió por fuerza, ya no. Quizá algún día…

El deseo que me levanta día a día, es salir, trabajar de manera independiente lejos de mis hermanos, estar con mi hijo en su adolescencia, acabar de verlo crecer. Él es el amor para mi.

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Acerca de Rosamarta Fernández

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