Amar o morir VII Marteli (Primera Parte)

Por los pasillos y estancias del Penal de Santa Martha Acatitla, destaca su figura esbelta, elevada, con la mirada en otra parte, portando una carpeta de dibujo bajo el brazo y un vaso blanco de café en la mano. De sus 47 años, refleja, si acaso, 32.
Sus rasgos, voz grave y actitudes masculinas, no ocultan una sensibilidad que se desborda. Una mezcla de inteligencia, fragilidad, sentido del humor y sencillez, facilita la comunicación provocando empatía .

Su historia, sin embargo, duele.

Es Martha Elizabeth o Marteli como le gusta que la nombren.  Ingresada por “Robo agravado”, cubre una sentencia de seis años. Le restan cuatro.

Desde que recuerdo, detesté vivir, nos dice. Siempre vi el mundo muy caótico, agresivo.

Nací en el DF de una familia común. Cuatro hijos: tres hombres, yo la mayor. No me gustaba vivir. Cada vez que había una crisis emocional en casa, me daban ganas de morirme, lo que era muy frecuente porque mi papá era de ojo alegre.
Dos situaciones me marcaron:

A los ocho años de edad me caí de un ropero alto. Se me rasgó el himen. Un dolor muy fuerte. Fui al baño. Sangraba. Mi mamá no estaba. Iba a la primaria en escuela nocturna. Mi papá descansaba ese día. Estaba jugando dominó con los tíos que vivían en la casa.

Con la falda manchada de sangre, empecé a gritar. Vino mi papá. “¿Qué te pasa?”—“Yo quiero a mi mamá.” No le quería abrir. Tenía miedo. “¿qué te pasó?”—“Me caí.“—“¿Alguien te tocó?”–“No”. Me llevaron cargando al hospital. Vergüenza de
abrir las piernas frente al doctor. Me dijo que tenía una rasgadura. Tenía que coser. No quería. Oía como corría el hilo. Ya en casa, tuve ganas de ir al baño. Grité de dolor al salir la orina. Entré en pánico. Aterrada pedí a mi mamá me trajera mi librito de primera comunión. He creído en Dios por necesidad. Empecé a rezar tratando de creer que me ayudaría, pero ni Dios ni mi ángel de la guarda me habían cuidado.

El dolor de esa rasgadura marcó mi decisión de no casarme, no tener hijos.

Desde esa edad tuve abuso sexual por mis tíos. Fue una herida emocional que me ha causado muchos conflictos. Eran siete tíos maternos, adolescentes. Me tocaban. “Me llevo a Martita en bici”.  Ahí me iban tocando. “Vete tranquila hermana, yo la cuido…”

Venían de Guerrero y buscaban donde vivir. Mi mamá les daba posada mientras tenían trabajo. Mi papá se los conseguía en bares. Él trabajaba de barman, era alcohólico.

Mi mamá una mujer neurótica, trataba de hacer lo más. No faltó de comer ni  vestir, pero sí de cuidados; le faltaba tacto,  malicia. Confiaba en sus hermanos. No pensó que hicieran daño a su hija.

Me sentía culpable por dejarme tocar sin decir nada. Me excitaba mucho. Ya sola, me masturbaba. Me salían barritos y pensaba eran la muestra de mi pecado.

A los doce años decidí ya no dejarme. Huía de eso; si me quedaba sola con los tíos, me salía. No les hablaba.

Uno de ellos me hizo más daño. Quería penetrarme por el ano. Me dolió mucho. Desde entonces me es incómodo estar acostada, poder dormir. Tengo insomnio.

A los quince años se lo dije a mis papás.

Mi mamá se indignó: “¿Porqué no me dijiste?” Tenía miedo, pena, le dije. No quería que hubiera problemas. El tío vive en el segundo piso. Mi mamá le dijo que era un malviviente y cortaron con él. No se podía ir porque era su casa.

Mi madre tenía muchas expectativas de que me casara con un hombre. Yo desde los ocho sabía que no lo haría.

Fui tartamuda hasta pasados los trece. Mi mamá me ponía un lápiz en la boca . También era jorobada y me puso un palo para que me mantuviera recta.

Yo decía: No quiero llegar a los 15. Cuando los cumplí: fiesta, salón, vals. Me pareció nefasto, superfluo, ridículo. Una constante en mi vida ha sido no querer existir. Ser  la protagonista me angustiaba, pero no quise provocar esa pena a mi madre. Era su gran ilusión. Acepté.

Al terminar me sentí infeliz. Decía: me voy a matar. Pensaba tomar veneno, pero nunca me atreví. No puedo matarme porque soy cobarde y no quiero provocar ese dolor a mi mamá.

Quizá por eso no tengo afinidad con las personas. No tengo amigos   para no tener lazos afectivos que me mantengan en este mundo.

Pienso cuando mi mamá  falte, no tendré pretextos para seguir viviendo.

A los 16, me corté las muñecas, fue infructuoso. Sólo me lastimé.

En la escuela tuve problemas. Siempre deprimida, triste, dispersa, poco concentrada. Yo quería ser más inteligente. Me fallaba.

En primaria tuve un promedio de 7.9 en secundaria de 8. Pocos 9. Cuando he sacado 10,  me sorprende.

captura-de-pantalla-2018-04-16-a-las-15-43-28

En 1985 cursaba tercero de secundaria. Era la primera en matemáticas. El maestro me felicitó delante de todos. Eso provocó envidias en las compañeras. Se burlaban, me robaban mis tortas.  Me choqueó. Por primera vez me lucía, y me hicieron daño. Desde ahí busco no llamar la atención, lo que va bien con mi falta de seguridad.

Desde los ocho años he dibujado. En tercero de secundaria vi a un niño dibujando un torso de luchador. Me impresionó. Compré un cuaderno y ya empecé a dibujar copiando. Ahí se definió mi vocación.
Mi mamá dijo que me moriría de hambre. Luego me confesó que cuando más joven quería dibujar. No lo logró.

Al salir de Secundaria dije a mi mamá mi intención de entrar al Colegio Militar. No, respondió, ahí los hombres violan a las mujeres. Entonces quiero estudiar Artes Plásticas.  No, estudia Medicina, dijo. Me metí a la Vocacional en Ciencias Médicas. Reprobé todas las materias, salvo Técnicas Instrumentales, porque teníamos que dibujarlas para reconocerlas y no olvidarlas.

Desde los siete años me llamaban la atención las chicas. No entendía.

En tercero de secundaria me gustaba una rubia, de ojos azules. Tenía un novio. Me encantaba verlos. Me enamorisqué de ella. Nos íbamos de pinta. Leíamos un libro de Emanuel. Nunca la toqué ni le dije nada. Con que fuera parte de la bolita de amigos me contentaba.

Entonces nos cambiamos a vivir a Iztapalapa.

captura-de-pantalla-2018-04-16-a-las-15-43-52

Esa vez, estaba con dos compañeras trabajando con la balanza analítica. Muy cerca una de otra, buscábamos la burbuja para equilibrarla. El acercamiento con una de ellas me provocó escalofrío, me excitó. La chica no me gustaba, pero ya la vi con otros ojos. Pensaba todo el tiempo en ella, con enamoramiento, con deseo sexual. Se lo conté a la otra amiga. Lo rechazó, también a mi. Me dejó de hablar. Su rechazo me hizo sufrir mucho.

Nunca había conocido mujeres a las que les gustaran las mujeres. Yo quería ser normal y me di cuenta de que no era normal.

Le dije a mi papá que ya no aguantaba estar en esa escuela. Yo quería dibujar, pintar.

Dejé la escuela en el segundo semestre. Mi papá me dijo que entrara a Bachilleres.

A los 16 comencé a tomar. En Bachilleres ya tomaba mucha cerveza en reuniones. Con el alcohol mi seguridad creció, me sentía relajada, fuerte, eufórica. Empecé a tomar entre clases. Hablaba con todos.

Tuve un novio que me tocaba morbosamente. Me molestaba. Pensaba en lo que mis tíos me hicieron, pero después conocí a Rodrigo. Tenía una banda de Rock. Fue el primero con quien tuve relaciones sexuales. Le conté lo de los tíos. Muy comprensivo, fue poco a poco. Me dio confianza y se dio la penetración con agrado. Con él descubrí que podía ser bisexual.

A los 17 vi en mi salón una chica, Abril. Me encantaron sus ojos, su aspecto pulcro, serio. Dibujaba detrás de ella para llamar su atención. Me enamoré perdida. Un día le dije: Puedo dibujar tus ojos? Trataba de dibujar todos los matices de color que había en ellos. Le regalé una rosa. Me atreví a decirle: Una bella rosa para bellas mujeres. La tuya es especial. La recibió con gusto, pero no se imaginaba que me atraía físicamente. Pasó el tiempo, hasta que el que era su novio le dijo: Parece que tú le gustas. Ella se alejó. Yo decidí decirle: Me estoy enamorando de ti. Me rechazó. Me caes bien, me dijo, pero soy mujer, tengo que seguir mi camino. Te quiero como amiga.

captura-de-pantalla-2018-04-16-a-las-15-44-02

Empecé a reprobar todas las materias. Mi ingesta de alcohol aumentó.

Seguía con Rodrigo; le conté que estaba enamorada de Abril. Me respondió “Mientras no me engañes con un cabrón, me gusta tu apertura.”

Me salí de Bachilleres, porque no iba a obtener nada con Abril y no me gustaban las materias.

Entré al velódromo a estudiar esgrima. Era muy completa, pero me excedí haciendo ejercicio  hasta afectarme la columna.

Quería estudiar Artes Plásticas. Me inscribí a Iniciación artística en la Escuela  Nacional de Artes Gráficas. Seguí Dibujo Publicitario. Entré al Taller de Teatro. Presentamos en el Teatro Tlatelolco la obra “Las Ubarri”; Eran 2 personajes, mamá e hija. Buscaban preservar su apellido. La mamá embellecía a su hija todas las noches para que encontrara un hombre que la pudiera preñar. En una escena, la mamá besa a la hija en la boca. Yo era la mamá. Al besarnos, surgieron sensaciones sexuales, deseo. Yo nunca había besado a una mujer en la boca. Claudia, mi hija en la obra, respondía. El director decía que así era la obra, porque se mostraba una relación extraña entre madre e hija.

Tuve luego un acercamiento sexual con otra mujer. Después de una fiesta en su casa, alcoholizadas, tuvimos sexo oral y penetración. Yo era activa. Su papá nos descubrió. Me vestí a las tres de la mañana y salí corriendo. No volví.
Invité a Abril A ver la obra. Se la dedico. Ese día me da una carta: “No puedo tapar el sol con un dedo. Algo se está desarrollando en mi”. Pensé: Se está enamorando. Fui a Bachilleres esperando me dijera abierto que me quería, y así fue. “Sí siento algo muy especial; te quiero”, dijo.

captura-de-pantalla-2018-04-16-a-las-15-43-44

Por fin tenía a la mujer de mis sueños. ¡Un milagro! Vi colores, nubes rosadas, naranja. Le puse a ese día 40 de abril. No existe pero es el más maravilloso. Todo había sanado en mi vida. Por primera vez en forma abierta, real .
Ella dejó de entrar a clases. Íbamos a tomar café, fumar, estar juntas. Era excitante, buscábamos un lugar discreto, entrábamos a los baños a tocarnos, besarnos. Sentía su amor  por mi. No podíamos estar sin la otra. Se volvió una dependencia.
Su mamá leyó su diario. La encerró. No la dejaba ir a la escuela.

Sufrí por varios días. Por una amiga supe que Abril había vuelto a la escuela. Seguimos amándonos. Un día fuimos a un hotel. Nuestro primer encuentro sexual. Lindo, suave, esperado, pero no pleno. Abril se sentía mal de que viera sus enormes senos. Los detestaba. Hicimos el amor, pero ella cohibida. Solo abrazarnos, acariciarnos, besarnos en la boca.

Semanas después tuvimos sexo oral. La penetraba con los dedos.

Como ya obtuvimos lo que queríamos, nos calmamos. Nos acariciábamos pero no hacíamos el amor.

En la ENAG conocí una maestra muy divertida, hippie, de cuarenta y tantos que bebía y fumaba marihuana. Llevaba a sus alumnos a su casa. Tomábamos y fumábamos. “Muy intelectuales”. Me gustaba su plática, sentía libertad, pero me di cuenta de que se estaba clavando conmigo. Era muy cariñosa. Tuve relaciones con  una de sus alumnas en su casa y se molestó. Sentí que la hacía sufrir. Me alejé.

Mi vida era un caos por el alcohol: Libertina, promiscua. Dibujaba, pero era más fuerte la obsesión de tomar. Ser adicto te lleva a un infierno donde no hay esperanza mas que de morir y en forma fea y dolorosa. Te vuelves una autómata que solo se prende con la droga. Pero se acaba volviendo una fosa llena de mierda. Sientes que te asfixias y respiras solo porquería.

Llevaba un diario. Escribía las vivencias con Rodrigo, pero lo que leía era tristeza, melancolía. Pensaba que era por ser adolescente,  terminaría cuando creciera.

Busqué ayuda sicológica en el Fray Bernardino de jóvenes. Expongo que me siento inestable, eufórica por ingesta de alcohol y luego muy deprimida, con pensamientos de muerte.  Me recetaron Fluoxetina, un antidepresivo. Seguía bebiendo.

Me sentía muy fuerte, bien, pero luego de tres días me sentía apagada. No veía sentido a la vida. ¿para qué estoy aquí?. Los pensamientos de terminar con mi vida volvían a germinar. Hastío, molestia de todo lo que veo. Llego a no entender nada. Quisiera apagarme con un interruptor. No quería saber nada de mis hermanos, de mi mamá.

A los diecinueve años quería irme de ahí o morirme. Estaba latente que me iba a suicidar. No quería vivir. Veía las noticias. Me daba cuenta del caos humano. Veía cómo sufría gente también en otros países. Me preguntaba ¿quien era ese Dios capaz de matar a la humanidad? ¿Quien lo había creado?. Me declaré atea.

CONTINUARÁ…

Acerca de Rosamarta Fernández

Léa también

INSTANTE

  U  n instante de placer ante los últimos estertores del atardecer que se desangra …

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *