Cómo se marchita una flor

a

Justiprecio de ocres
la araña no desteje lo bordado,

el trigo no lucha contra el viento

Un día de tantos, entre pastizales. Balidos, cantos de pezones alimentando la vida, las horas arrastradas a esos sueños de un tal vez, que gritan y claman por unos pasos dentro de ese instante inexistente; un frío que lacera, acompleja por no poder llamar a las cosas por su nombre. Cómo hacerlo si el lenguaje se reduce a bestias que se comunican corporalmente, lamidas, mordiscos, sonrisas de polvo, un color que define al otro mostrando el regreso a casa.
La hora de comer. Mutismo que atesta ese hueco en el estómago que comparte una tortilla, una mirada de censuro de tus consanguíneos; la militancia de generaciones sumisas. ¿Por qué no se degüella ese dejo de vida que se implantó con la sociedad, una manera de someter dentro del hogar, ese rebaño que no es nuestro sino de quien lo aprovechará, máquinas que mueven el circo de actantes de guión; un escritor de historias ficticias donde el mundo es un par de hilos para títeres?
La siesta; ese letargo que se desvela buscando una respuesta: ¿dónde hallaré tierra fértil, cómo se repliegan las goteras de los ojos, dónde estará ese campo abierto de ideas que toman forma, o que sólo son forma de estructura de vida guiada a la usanza de algo discontinuo? Una hora en que los vergeles ceden para que las nutrias carcoman el cerebro, un harapo de desahogos que no pasan del manoseo que compartes por la noche; todo queda en familia. Podredumbre sembrada por padres que como rústicos se arremeten a su instinto, no importa la carne, sólo el tragar, sentirse vivo, una moral que se ahoga entre sábanas, cortan las alas de esas aves de corral. ¿Para qué quieren alas?
Un destino que ya está escrito: nacer, reproducir y morir como cada civilización que llega a su máxima expresión y desciende, como cada religión que se prostituye, se desgasta y aniquila. ¿Por qué no dejar que el río rememorice y busque su camino?, ¿por qué no llegar a la sabia Naturaleza que aterra, que acoge y reprime?, ¿por qué buscarlo en el pavimento?, ¿por qué no ser como esa ave que surca los cielos?, ¿por qué no dejar de soñar y sólo trabajar, sin culpar al estúpido que tenemos enfrente, pues como dicen; no es el indio el que tiene la culpa, sino quien lo hace compadre?

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