El cine erótico y sus circunstancias Sexualidad en movimiento

Hemos llegado a concebir el absurdo
de las relaciones entre erotismo y moral.
George Bataille: Las lágrimas de Eros

Ecn qué canon podríamos incluir la palabra “erotismo” dentro de las estadísticas del cine contemporáneo? ¿Se podría entender el concepto del erotismo sin el cine, y del cine sin el erotismo?
Las respuestas son ambivalentes, porque aún existe una grave disyuntiva que mordisquea las buenas conciencias de la civilización actual como inmensa plaga bíblica. Se ha recorrido un buen trecho a través de los años, dentro de una feroz campaña de moralidad obsoleta. Para beneplácito, el erotismo despercude sus alas de la ignominia extrema, y parece despuntar en los albores de una cultura libre de hipocresía.
Como dossier fundamental, existe la necesidad de descubrir el lineamiento genético de Eros, pero para entender esta búsqueda, no existe nada mejor que contar con el apoyo de la consolidación del erotismo dentro del cine contemporáneo.

El telón se abre de extremo a extremo, rememorando el antiguo cortinaje amarillo profundo del Cine Imperial, para asomarnos a las directrices actuales del rigor fílmico.
Estamos en 1972, irrumpe el escándalo, Linda Lovelace nos da una bofetada en las pupilas con su participación como protagonista en la cinta erótica por excelencia Garganta profunda bajo la dirección de Gerard Damiano. Ahora el mediometraje es un icono en los anales de toda filmoteca. El cineasta Tinto Brass rompe filas y su película Calígula es prohibida en varios países por desvirtuar la biografía oficial del emperador romano. Liliana Cavani presenta Portero de noche, una escalofriante historia de sadomasoquismo entre una sobreviviente de los güettos judíos y un exmilitar nazi.

Por otro lado, Bernardo Bertolucci derrama la miel de las delicias, y El último tango en París es una euforia compartida entre una jovencita y un sesentón que nunca llegan a conocer sus nombres. El cineasta italiano Pier Paolo Pasolini nos regala la famosísima “Trilogía de la vida”, así El decamerón, Los cuentos de canterbury y Las mil y una noche, son un himno de amor sublime y poético, dentro de una sensualidad difuminada hasta el infinito.

De Italia también, Luchino Visconti amalgama el poder de la esencia lírica y Muerte en Venecia es el canto triste de los protagonistas, un profesor retirado y un adolescente, que deambulan como insomnes en la eterna ciudad de los canales, envueltos en la dulce agonía del cisne.
Luis Buñuel, el adusto mago de Calanda, nos ofrece en bandeja de plata, el erotismo delicioso de cuatro mujeres que manejan su sensualidad reprimida como eternas flores del mal, así Susana, Viridiana, Tristana y Bella de día son antiheroínas que bailan el baile que sólo ellas conocen.

Marco Ferrari desborda el humor rabelasiano en La gran comilona, una peculiar orgía entre el eros genital y el eros gástrico. Rainer Werner Fassbinder vuelca su ferocidad alemana en filmes tan significativos como Querelle y En un año con trece lunas donde aborda sin cortapisas la temática homosexual.
David Hamilton explora el eterno femenino en esa delicia de imágenes que son Bilitis y Laura. Así también Stanley Kubrick desentraña el erotismo enfermo en Ojos bien cerrados. De igual manera, el cineasta japonés Nagisa Oshima navega en los placeres sensuales del celuloide, sus filmes: El imperio de los sentidos, El imperio de la pasión y Gohatto, han demostrado la sensibilidad permitida entre los límites de la poesía y el arte de crear filigrana, dentro del universo del cinematógrafo.

Recientemente Gus van Sant desata del subconsciente el estallido de imágenes en Mi privado Idaho, donde la narcolepsia se vuelve mágica en sueños e infelicidad. Pedro Almodóvar desamarra pasiones ocultas en sus películas La ley del deseo, Matador y Carne trémula, convirtiéndose en el gran genio de la cinematografía española.
Ang Lee traduce el eros homosexual en cintas tan poderosas como El banquete de boda y Secreto en la montaña, demostrando una sensibilidad masculina que se debate entre el amor y el desamor más doloroso que existe.
El mexicano Jaime Humberto Hermosillo juega el juego que todos jugamos en el rubro del amor que no se atreve a pronunciar su nombre, así, cintas como: Las apariencias engañan, Doña Herlinda y su hijo, El verano de la señora Forbes y El malogrado amor de Sebastián, abarcan y desembarcan en puertos tan conocidos como el mismo comportamiento humano.

El erotismo cumple sus funciones y camina libre y desenfadado en un universo que ya no permite desacatos. Las imágenes eróticas que han marchado implacables a través de los siglos, ahora se nutren del celuloide como imágenes generatrices, para renovarse en una escala de colores nítidos. El erotismo como arte titular tiene raíces profundas.

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