Lo peor estaba por venir

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Foto/Rosamarta Fernández

·Marianne Prum

Después de un omelet y un yoghurt de esos con fecha caducada que hay que terminar, le quedaba un momento para leer un poco antes del regreso de Soraya. Vaciló un instante: El combate ordinario, el comic que unas semanas antes le había regalado su hijo mayor Kamel, quien le preguntaba su opinión cada vez que hablaban por teléfono y que no había tenido tiempo de leer. O Los

Miserables, en la cual reencontraba el encanto de un placer olvidado? Bah, Kamel había ido a un concierto de rock y estaría demasiado cansado al día siguiente como para preguntarle sobre sus lecturas. Puso a Shubert en la Hi Fi y se sumergió en las vicisitudes de Jean Valjean. Cuando la Trucha liberó sus últimos acordes, adormecido, introdujo su marca-páginas en el enorme volumen, se estiró y fue al baño: iba a esperar a Soraya en la cama. Esta sería capaz de irse a tomar una copa después del cine con sus amigas, y no iba a reclamarle luego por irse a la cama sin ella.

El radio del baño se prendió en automático al encender la luz. Al momento de atrapar su cepillo de dientes, se dio cuenta de que algo andaba mal.  Era el 13 de noviembre a las 23 horas. Hacía una hora y media que todas las estaciones comentaban el horror.

Sentado en la sala, con el cepillo de dientes aún en la mano, oprimía contra su pecho el comic de Kamel mientras miraba las imágenes que se sucedían repetidamente en la televisión. No veía nada, no escuchaba nada. Kamel y Hayat, estaban en el concierto del Bataclán que acababa de ser atacado por yihadistas: ochenta y dos muertos. Había sido el regalo de Kamel por el aniversario de Hayat, su hermana. Los padres habían tenido que hacerse a un lado y aceptar que el cumpleaños de la jovencita se festejara en familia hasta el día siguiente. Los  celulares mandaban a buzón.

No se había animado a marcar el número de Soraya, su esposa, madre de ambos. ¿Qué decirle? Qué podía preguntarle? ¿Qué palabras usar para anunciar lo indecible? y sobre todo la incertidumbre. En su cabeza daba vueltas la letra de una vieja canción: “…pensé en el infierno de un teléfono que grita despertando a tu madre en medio de la noche”. Cómo decirle que mientras ella reía en el cine ( sólo veía  comedias    “ El mundo ya es bastante triste, prefiero una ficción que me haga reír” ), sus hijos habían vivido el horror, que sus hijos quizá estarían… Sabía ya? Reía aún por las peripecias de los personajes de su película?

La llave en la cerradura. Con un vano gesto protector, apaga la tele, se levanta. Ella abre la puerta, sus ojos se posan en el cepillo de dientes aún en su mano, ascendiendo hasta cruzar su mirada. Lo sabía. Como él, lo sabía; y como él, ignoraba todo.
Lo peor estaba por venir.

París, diciembre , 2015

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