Luna cicatrizada

Eduardo Caamaño
Eduardo Caamaño

 

  • Carmen Saavedra

El silencio habitó mis manos.
Dulce. Como un hijo.
Enmudecí y fui sabia.
Aprendí a a mirar lo que existe
y no se toca.

Sangré. Pequeñas sangrías
que destilaron lo intoxicado
de mis gangrenados versos.

Asombrada de llegar hasta aquí,
completa, con ojos y piernas,
con ganas y sonrisas.

Asombrada de seguir viva
después de las mil muertes,
después de trabajar
con la miseria cotidiana.

Escuché a Rodríguez
y asumí de nuevo los retos,
la posibilidad del milagro.

Por decisión y no destino,
florecí en azul-violeta,
en luna cicatrizada.

Pocos me escucharán ahora,
pocos entenderán mi espíritu gitano
que celebra contra viento y marea.

Quizás con más años y menos probabilidades.
Quizás con menos gracia,
pero siempre hablando contigo.

Pero siempre dispuesta
a la belleza,
al atrevimiento,
a la creencia.

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