Paseando por el final de las calles, Las palabras y la patria

― Despierta, ya llegamos.
― Así que esto es la frontera, el lugar en donde, según tú, terminan los sueños y las palabras…
― O empiezan nuevos, todo es como lo quieras ver.

Un vaso roto
sobre una despintada mesa de madera,
un mantel manchado de tristeza y olvido.
Un hombre camina hasta el final de la calle,
sabe que el mundo se acaba después de esa esquina,
no hay nada más que abismo.

El frío se cuela por las sombras
y los recuerdos,
hay una mujer que en su sonrisa
lleva cosas que no me han dejado de doler.

 

Déjame retomar el camino del olvido
ahora que la mente está inconsciente
y se han apagado muchas de tus voces,
ahora que sabemos quiénes somos
y todavía nos asusta ver
que en la ciudad aún flotan muchas dudas.
En una caja de zapatos están las manos
de alguien que ha dejado de escribir.
En el pavimento están los colores
de aquellos que no sabemos dónde se fueron,
los palpo y aún están húmedos.

― El techo tiene marcas de goteras, aunque en esta ciudad haces décadas que no llueve.
― Tú lo has dicho miles de veces: el tedio es algo común.
― Más en esta ciudad.
― sí, en todas las ciudades fronterizas pasa lo mismo, pero aquí se siente más.
― y eso que la ciudad aún está habitada.
― Sí, pero sólo la habitan tus fantasmas, por ellos vinimos.

Eran los días calurosos de una olvidada provincia,
días tenues como las miradas corridas
envueltas en viejos recuerdos,
recuerdos que siempre están al lado del fuego,
con una cerveza, amigos y
la leña chispeando con el viento,
perohoy,
hoyla memoria se esconde
trastristela sonrisa de la verdad.

Eran días de parpados pesados,
ropas húmedas que se adherían a la piel,
nuestros enemigos gobernaban la pequeña ciudad
y encontrarun muerto en la madrugada ya no era algo novedoso.

Era demasiado sol para una sola tarde,
creo que son demasiados recuerdos
para tan pocos momentos,
seguimos anónimos, seguimos invisibles,
uno más en la calle o en el panteón;
una estadística que oculta la realidad,
la verdadera realidad, esa que ven nuestros ojos,
esa que no se maquilla para los discursos oficiales,
esa realidad que huele a pólvora y a sangre rancia.

Era un calor que calentaba el cuerpo  y el alma,
que hacía vaporosa a la ciudad
y nos volvía violentos y lujuriosos,
por eso te miraba con esas ganas,
porque me contagiaba de la gente
y porque tus carnes eran aún firmes
y tu cabello perfumado…
eso fue antes de tu decadencia,
antesde mi decadencia…
de la decadencia de la ciudad,
las calles nunca fueron limpias;
yenla sociedad,
la gente nunca fue justa ni honesta.

Era un calor de no dejaba enfriar a los muertos,
entonces sus familiares rezaban porque estuviesen vivos,
un calor que hacía hervir la sangre
y todos sacábamos lo peor de nosotros.

Y siempre el sudor,
el sudor que te hacía irresistible
y que ahora ese recuerdo y distancia
te hacen más deseable y lejana.

Las páginas del cuaderno
y mi vida se van poniendo amarillas,
la monocromía se quedó olvidada
en la banqueta de tu cuadra junto a la palomilla
y los diciembres sin sueño.

La ciudad de esta historia se ha quedado vacía,
ya no aparece en los mapas,
los caminos que llevan a ella
están cubiertos por el polvo,
son irreconocibles,invisibles,
se acabó nuestra rebeldía.

Los silencios aquí se han mudado,
el dolor se desplaza en tranvía,
encontré la ciudad desvalida,
la muerte por fin ha ganado,
el olor a podrido es insoportable.

Todas las ventanas de la ciudad se van cerrando,
se apolillaron aquellas frases que siempre repetía.
En ese entonces el alcohol sabía a tus labios,
labios frescos a tragos de ron y mezcal;
luego esa interminable somnolencia matutina
que duraba hasta el anochecer,
no importaba la oscuridad,
porque siempre habíamos vivido esta especie de falsa oscuridad,
y porque aún quedaba un poco de la luz de sol
que se escondía bajo tus ojos
y en tu, entonces,  juvenil e inocente sonrisa.

Disparos, confusión, calma;
así son aún los días de la frontera.

Eran días en que los hombres no tenían palabras en la boca
y los gestos eran escasos,
la imaginación había desaparecido.
Cuando se dejaban de oír las sirenas
la ciudad se envolvía de un falso silencio azul,
el calor se desvanecía en murmullos
y la ciudad empezaba a perder la memoria.

En ese entonces el tiempo pasaba como algo inapreciable,
era sólo una marca, una marca incomprensible;
una mancha de agua negra en la acera de la dudosa modernidad;
a dos calles de la presidencia municipal
la muerte descansaba después de un operativo policiaco;
a mí me seguía la luz tenue de unos ojos cafés,
tú eras una sombra delgada que se alargaba
y que cuando sonreía podía llegar hasta el infinito.
Cuando tus manos de migajón hacían figurines en el aire
siguiendo el vuelo anárquico de un pájaro ebrio
que frecuentemente se atravesaba
entre tu mirada y mi soledad.

Mi mirada y el tatuaje, que inició en su tobillo,
seguían escalando:
muslo, ingle, vientre, ombligo, senos…

A mí me enamoraron los silencios que viajaban en tu falda
y se amontonaban en tu sexo,
soñaba cosas que nunca iban a suceder,
y soñaba con tus pechos de realzado talante,
en esos momentos pensaba que mi vida tenía sentido,
peroterminaba siempre enredado en mis contradicciones.

Las tardes de la pequeña ciudad venían cargadas de bostezos
y de un sueño caluroso que retrasaba los minuteros.

Es diciembre y mis palabras apenas y se ven.
Este ya es otro siglo.
Hasta ahora me doy cuenta que soy ausencia.

― Nadie me creyó cuando les dije que la tierra era plana, mira este es el abismo del que te hablé.
― Esto no puede ser verdad.
― Aquí termina la tierra, por abajo la sostienen elefantes y tortugas gigantes.

La última vez que vi a Rocío
ella venía disfrazada de nube,
yo traía mi traje de funeral
por la muerte de varios desconocidos.

La frontera estaba colgada
en la pared de una casona de madera,
en los tendederosse secaba la historia
de algún desaparecido,
dos ancianos tallaban recuerdos
y los vendían junto al puente internacional
(La línea de choque de dos mundos
diferenciados por el dinero).

Rocío era una nube rojiza
posada en que la pasividad de la tarde.
Su voluptuosa forma oscureció parte del paisaje,
la tarde tomó el color de su piel.
Por un momento la ciudad despertó
ante la sombra de su figura,
pero el letargo seguía.

Los viejos no vendieron nada esa tarde.

― Aquí no se sabe qué es sueño ni qué es pesadilla. Todo se confunde.
― De algún modo, tú eres tu peor pesadilla.

Era muy pronto para reconocer
que se había acabado el invierno,
un eco de frío y ausencias aún ronroneaba
por el centro de la ciudad
y el aire helado terminaba de enfriar
la sabana donde se envolvía.
Los pasillos del viejo hotel eran el refugio de varios ecos,
voces que decían discursos nunca pronunciados,
declaraciones de novios que no se amaron,
perdones y citas que no se concretaron.
Era muy pronto para reconocer
que el invierno había acabado.

Su ausencia envolvió a toda la ciudad en recuerdos.

― Aquí dejé muchos sueños olvidados y decenas de mis historias quedaron inconclusas.
― Tus frases se hacen un lugar común.
― Aquí empieza un mundo y termina otro. El barro es reemplazado por el plástico y todo tiene su precio.
― ¿Hasta la dignidad?
― Hasta el amor.

Los besos le fueron erosionando lentamente la boca
Al poco tiempo, Rocío era una mujer con una boca casi imperceptible,
casi común, casi mortal.
Era diferente, pero era una boca bonita, casi mágica,
casi imperceptible.
El temor que mis caricias hicieran desaparecer sus pechos
me hizo dejar de tocarla.

Ella tan frágil y yo tan procaz.

― Parece que en nuestras vidas el invierno está de moda.
― No nada más el invierno, estas tardes me deprimen.
― Estas tardes te regresan a ser lo que algún día fuiste y que nunca dejaste de ser.
― Usas una filosofía muy pobre, muy elemental.
― Estas tardes soy muy elemental porque mi vida se ha vuelto elemental.

¿Y si no llega?
¿Qué pasaría si la mitad del mundo se queda vacía?
Mejor hago otra pregunta
aunque ya sé que me responderá el eco.

¿Y si no llega?
El mar aún está muy lejos.
Esa mujer no nos dijo su nombre,
pero sus ojos verdes se quedaron mucho tiempo
en nuestras conversaciones…
Muchos han venido de lejos sólo para verla.

¿Y si no llega?
Al sur del desierto no hay vida, con mi pañuelo envuelvo trescientas monedas que no sé cuánto valgan…
¿Y si los ojos de ella fueran grises?  

¿Y si no llega?
Una lámpara olvidada
ilumina el piso.
Ella viene de una ciudad
que murió entrampada entre dos fuegos,
por eso en las tardes
ella pierde su mirada
en el seco horizonte del desierto.
Una mujer que nunca fue niña…
sé que no vendrá,
pero muchos la esperan

¿Y si llega?

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Ilustración/Evie Cahir.

Acerca de Jacobo Mina

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