Elena Garro, la reportera; ante la injusticia

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El pasado jueves 20 de agosto, en el Centro Cultural Elena Garro en Coyoacán, se presentó el libro El asesinato de Elena Garro. Periodismo a través de una perspectiva biográfica, de la investigadora Patricia Rosas Lopátegui, profesora de literatura mexicana y latinoamericana en la Universidad de Nuevo México. En la presentación participaron, además de la autora, los periodistas Jesús Alejo Santiago, Judith Amador Tello y Víctor Torres. El siguiente es el texto leído por Amador Tello, reportera del semanario Proceso y colaboradora de Cronopio.

Supe de Patricia Rosas Lopátegui en noviembre de 1999, cuando el jefe de Cultura de Proceso, Armando Ponce, me encomendó hacer una muy breve reseña del libro Yo sólo soy memoria, publicado en ediciones Castillo. El libro aquel que se considera la “biografía visual” de la dramaturga, novelista, cuentista, poeta y guionista de cine, Elena Garro, nacida en Puebla el 11 de diciembre de 1916 y quien falleció en Cuernavaca el 22 de agosto de 1998.

Y, por cierto, recuerdo bien cuando ocurrió su muerte, porque entonces trabajaba yo en el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes y mis jefes me buscaron incansablemente ese día, que era de descanso. Luego supe que había sido para que fuera a Cuernavaca a cubrir el sepelio al cual asistió Rafael Tovar; finalmente no me tocó ser testigo del acontecimiento.

Tuve luego la oportunidad de conversar telefónicamente con Patricia Rosas, para escribir sobre otro libro, Testimonios sobre Elena Garro, que la profesora de literatura mexicana y latinoamericana en la Universidad de Nuevo México publicó en 2002, nuevamente con Castillo.

Ahí me contó que su interés por Garro nació desde 1977 tras el entusiasmo que le provocó la lectura de Los recuerdos del porvenir.
Finalmente nos vimos en persona en diciembre de 2011, cuando yo cubría por primera vez la Feria Internacional del Libro de Guadalajara. Patricia fue a presentar su libro Nahui Ollin, sin principio ni fin, que es también una vasta y detallada compilación de los escritos de la pintora. Es, además, testimonio de la minuciosidad y afán con los que suele trabajar Lopátegui.

Ahora nos toca presentar El asesinato de Elena Garro. Periodismo a través de una perspectiva biográfica que es en realidad la segunda edición aumentada del volumen que Patricia publicó por primera vez en 2005.

Recuerdo que cuando hablé con ella por la aparición de Testimonios sobre Elena Garro, en diciembre de 2002, anunció que preparaba el tercer libro con los textos periodísticos.

Le pregunté entonces si con los tres tomos quedaría completo el retrato de Elena Garro. Me respondió: “Sí, bastante completo. Nos faltaría un aspecto más, que es el cinematográfico, porque ella escribió muchos guiones que no se llevaron a la pantalla. Habría que hacer una investigación en la Cineteca, pero con el periodismo y esta biografía en la que se recogen las memoras inéditas de Elena, creo que los lectores de hoy en día y de los siguientes milenios tenemos ya un retrato bastante completo de quién fue”.

Comentó también que la dramaturga era tan buena en el periodismo como en la literatura: “Elena hizo reportajes excelentes sobre la situación del campo mexicano en los años sesenta. Pero reportajes extensos, no articulitos superficiales, iba al meollo del asunto con cifras, datos, estadísticas, realmente verdaderos estudios de sociología, antropología, son reportajes multidisciplinarios que nos muestran la erudición de Garro, una mujer muy culta y preparada”.

Vasto, vastísimo, el volumen de 1090 páginas contiene lo mismo los artículos periodísticos publicados por Garro en revistas y periódicos en los cuales colaboró durante más de tres décadas, que entrevistas, reportajes y reseñas escritas por otros periodistas en torno a ella. Se intercalan ensayos o análisis de Rosas Lopátegui que introducen algún texto o hacen alguna reflexión.

Los temas que toca el libro son diversos. Uno de ellos, por ejemplo, “La Guerra Fría y los intelectuales bajo el espionaje de la CIA. Elena Garro en el ‘Informe Warren’. 1963-1964”, en el cual se afirma que la escritora tuvo un encuentro con Lee Harvey Oswald, supuesto asesino de John F. Kennedy, fue abordado por mi compañero Jorge Carrasco en abril pasado durante la presentación del libro en el Palacio de Bellas Artes. Su texto puede ser consultado en www.proceso.com. Lo mismo que la breve plática que tuvo Columba Vértiz con la autora y una reseña de 2005 de nuestro crítico literario Jorge Munguía Espitia.

El libro permite conocer más sobre su relación con el político priista Carlos A. Madrazo Becerra; leer los retratos–semblanza–entrevista que hizo con Frida Kahlo o Isabella Corona, que son a la vez un artículo de opinión. En el caso de la actriz, hasta se da la oportunidad de denunciar la falta de un verdadero teatro mexicano.

Uno de los grandes méritos de Patricia Rosas Lopátegui al darse a la tarea de buscar, reunir, organizar cronológicamente, registrar y publicar todo este material hemerográfico, es que ya les hizo la mitad del trabajo a muchos investigadores que podrán ahora abordar a Garro desde otras ópticas:

Su militancia con Madrazo, Garro y el teatro, Garro y las causas sociales, Garro y la Revolución Mexicana, el lío con el Ballet Folclórico de Amalia Hernández por la filmación de De noche vienes que acabó por distanciar a ambas creadoras, Garro y la persecución policiaca, Garro y el destierro y, ¿por qué no? Garro y su paranoia, de la que ha hablado Elena Poniatowska, o Garro y su relación con Octavio Paz.
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El casi intocado Octavio Paz, el ególatra, el machista dominante que ella retrata y nos acerca así a un personaje más humanizado del que presentaron hace un año en sus múltiples homenajes, aun cuando Ricardo Cayuela (entonces director general de Publicaciones del Conaculta) habló de que mostrarían un Paz menos acartonado, pero acabó por reconocer que lo habían elevado más sobre su pedestal.

Particularmente me atrajo el reportaje que la escritora realizó por entregas en Así y para el cual ingresó como una delincuente más en el Centro de Observación del Tribunal para Menores y luego en la Casa de Orientación para Mujeres, en Coyoacán, por petición del doctor Ignacio Chávez, entonces jefe del Departamento de Prevención Social.

Con un lenguaje franco y sencillo, la entonces periodista nos introduce en el mundo desolado en el que vivían las menores infractoras en aquella época (1941). Su estilo logra atrapar inmediatamente, y a las pocas líneas ya no puede uno parar. Se fija hasta en los más mínimos detalles.

Al principio pareciera describir sus propias experiencias, sus propios miedos al introducirse en ese lugar y hasta da la impresión de mirar con distancia y desdén al resto de las internas, desde su superioridad de clase: teme contagiarse, le da asco la comida, la ropa, la cama.

Pero pronto se tiene la impresión de estar leyendo un relato actual, completamente vigente, sobre la delincuencia femenil y juvenil. El pasado y el presente se vuelven un solo tiempo y Garro nos hace recordar nuestros persistentes problemas y pendientes sociales: El machismo que lleva a muchas de las mujeres a las peores situaciones, como la trata o el abuso, la falta de oportunidades de educación, empleo, salud, recreación, que mantiene a muchas mujeres en desventaja en este sistema desigual y autoritario.

Algunas escenas descritas recuerdan incluso las imágenes que la televisión nos ha mostrado cuando la secretaria de Desarrollo Social, Rosario Robles, habla de su programa de “asistencia social” y lucha contra el hambre:
“Nos sirvieron frijoles y atole hirviendo –dice Garro–. Mis compañeras comían vorazmente. Intenté vencer la repugnancia y comer algo, pero la vista de las amoratadas manchas de

María y las pieles cetrinas y sucias de las otras me impidieron hacerlo. Las palabras del doctor Chávez: ‘Todas están contagiadas de enfermedades venéreas’, me sonaron en los oídos y un repentino pavor se apoderó de mí”.

Mientras, contrasta más adelante las rosas y margaritas que engalanan las mesas, la pulcritud de los manteles blancos y bordados, la vajilla de porcelana gruesa y los cubiertos niquelados.

No hay en el reportaje un solo nombre de funcionarios públicos, ni un señalamiento siquiera a los directivos de los centros de reclusión. Y sólo hasta el final del texto presenta una entrevista con Isabel. Y no obstante todo el reportaje es una dura denuncia, la descripción no brutal pero sí muy clara y contundente del bajo mundo en el que viven las reclusas y el desdén e indiferencia con el que la sociedad, el Estado en su conjunto las ha abandonado, a ellas que son apenas unas niñas.

Dice Garro: “Los días se hicieron largos y rutinarios; el amanecer y el crepúsculo, el sueño y la vigilia, la gimnasia y el trabajo, las horas de descanso y las horas de comida, todo, regulado por la rigidez de una disciplina que poco a poco, se me fue convirtiendo de opresora en monótona; todo era hueco y sin sentido. No tenía importancia, después de todo, que los buñuelos y pastas que confeccionaba por la mañana, o los overoles que cosía por la tarde, tuvieran el sabor o las medidas apetecidas; tampoco lo tenía que en la madrugada el agua del baño me hiriera con su frialdad, o que la comida, en ocasiones, fuera incomible, lo contrario hubiera tenido el mismo sentido. No había posibilidad de escoger, de decidir por una misma y no había manera de escaparse de unas tareas determinadas. ‘Perder la libertad’, me di cuenta, era, ante todo, perder la capacidad de elección. Todas dábamos vueltas a la noria, mecánicamente, no contra nuestra voluntad, sino ‘sin voluntad’. ¿Qué importancia tenía, frente a este vacío, todo lo demás?”.

Pero también deja claro que la libertad sin oportunidades es nada: cuando habla de su compañera Isabel que permanecía en la casa no por ser infractora, pues luego de haberse refugiado con una amiga “libertada, regenerada y muerta de hambre, como ella”, reincide, es “una incorregible, y nada delincuente, como acostumbran a decir después de comer, de sobremesa, los respetables y rígidos señores moralistas”.

Otro reportaje que nos ubica de inmediato en la época actual cuando leemos la historia de campesinos a quienes despojan de sus tierras ni más ni menos que para construir lujosos conjuntos residenciales es “Breve historia de Ahuetepec” publicado en enero de 1959 en Presente! ¿Y quién los despoja? Un conocido banquero de la época, Agustín Legorreta, entonces gerente del Banco Nacional de México, Banamex. Todo parecido con la actualidad…

Pero de ese no les cuento, así tendrán más deseos de tener y leer el libro de Patricia Rosas Lopátegui.

Acerca de Judith Amador

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