AMAR O MORIR IV VERO

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Nací en el ochenta y tres. Recuerdo mi infancia entre juegos y risas con mis tres hermanos y mis primos.

Lo que era muy estresante era la situación de mis padres. Él bebía y golpeaba a mi madre. Todo gritos, insultos, humillaciones. A nosotros nunca nos pegó, pero era desgastante saber lo que iba a pasar cuando llegara. Mi madre siempre sumisa, sólo lloraba. Yo y mi hermano Daniel nos interponíamos para que no la golpeara. Sentimientos encontrados: Dolor por el maltrato que le daba y molestia, rabia de que no se defendiera.

Con mi padre rencores, poca comunicación, no podía estar con él en una mesa. Fue hasta que llegamos aquí al penal mi mamá y yo, que tuve una comunicación más directa con mi padre. No viene mucho, nos llamamos por teléfono una vez por semana, pero me apoya con mis hijos. Mantiene a la niña de catorce años. Mi niño de diecisiete ya trabaja en una fábrica de tabla roca.

La relación con mi madre ha sido siempre de mucha unión. También aquí en la cárcel.

De niña no nos prohibían hacer lo que nos gustaba. Bien comidos y vestidos, podíamos salir con los amigos, avisando sólo donde íbamos.

Terminé bien la secundaria, pero no me gustaba la escuela.

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Empecé a estudiar en el Poli. Me hice amiga del conductor del bus que nos llevaba, nueve años mayor. Nos gustamos. Me fui con él, no por amor, yo creo como fuga de los gritos en mi casa. En menos de una semana, mis padres fueron por mi. Me regresaron con ellos. Dejamos de vernos un mes. Luego hablamos y decidimos embarazarme. Lo hicimos. A los cuatro meses se lo dijimos a mis padres. Ya no se podía hacer nada. Aceptaron. Me fui a vivir con él. Estábamos bien. El sexo también. Todo era de mutuo acuerdo, solo que él llegaba drogado: coca, piedra, marihuana.

Nació mi hijo. Él empezó a consumir en la casa. Discutíamos. Pensaba en mi hijo, no quería que lo viera. Lo corrí varias veces. Nos separamos seis meses. Regresó ya mejor, había dejado de consumir. Me embaracé de la niña, pero me percaté de que él seguía consumiendo. Lo corrí de nuevo. No volví a saber de él durante un año. Me buscó para registrar a la niña. Lo hicimos y desapareció. A los  dos años, nos buscó, decía, para apoyar a los niños. Acordamos los días en que los vería, pero ya no volvió. No he querido demandarlo. Si por la buena no ayuda, por la mala, menos.

Trabajé en VIPS, ayudando en cajas, en Cinemex, como vendedora.

Inicié una relación con un chavo menor de edad, Rodrigo,  vendía ropa en los tianguis. Me fui con él. A mis padres les dije que estaba trabajando fuera, sólo tenía contacto con mi mamá por teléfono. A los dos meses quise traer a los niños que estaban con mi mamá, a vivir con nosotros. Mi madre dijo que fuera por ellos, pero antes de llevármelos, Rodrigo debía conocerlos, tratarlos un poco. A la semana, cuando vinimos por los niños, me entero que se habían robado al hijo de la vecina con quien mi mamá trabajaba, lavando su ropa. La vecina culpaba a mi madre y a mi de haberlo hecho. Discutí fuerte con ella. Le dije que dejara de buscar culpables. Llamó a otros vecinos. Se me fue a golpes. A los dos días, un vecino vino a decir que habían encontrado al niño en la Catedral. Salió en las noticias, mencionaron mi nombre y el de mi mamá.  Fuimos con mi papá a la delegación, a preguntar qué podíamos hacer. Nos pidieron hacer una declaración de hechos. Al regresar a la casa, ya estaban ahí los judiciales con orden de presentación. Nos llevaron al bunker a firmar declaración. Al día siguiente nos trajeron al penal de Santa Martha.

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Ocho meses duró el proceso: audiencias, careos, miedo, esperanzas frustradas. El defensor de oficio nunca se presentó. Durante los careos, el juez  no nos dejaba hablar, solo responder sí o no. La acusadora sí podía hablar, hasta gritar. Ella afirma que dos hombres entraron a su casa, la amarraron y se llevaron al niño. Dos hombres más esperaban afuera. Le pidieron diez millones, luego cinco, luego lo que tuviera. No dio nada. Quizá por eso lo soltaron en Catedral.
En nada ayudó la aparición del niño, ni que las acusadas fuéramos mujeres, cuando la mujer hablaba sólo de hombres. Al llegar la sentencia, fue de cincuenta y ocho años. Llevamos nueve. Perdimos la apelación. La vida se nos vino abajo. Legalmente todo está parado, lo que nos queda es disminuir la pena con trabajo y  buscar un incidente, como apelar al artículo 74 por irregularidades en el proceso.

El encierro ha sido pesado. Cuando llegamos, la población era muy agresiva, te robaban, te pegaban acusándote de verlas feo o testerearlas al pasar.  Mi madre tardó más de seis meses en salir de la estancia a los pasillos. Yo me aventuré. Mejor cualquier cosa que quedarse encerrada sólo con los pensamientos. Ahora es más tranquilo.

Empecé a trabajar como “estafeta” en apoyo al Jurídico, luego en el COC (Sicología Médica), de dos años  a la fecha en culturales. He tomado cursos de Técnicas penitenciarias, Asertividad, Farmacodependencia,
Psicología, Zumba. Varios de Arte. Me gusta mucho el repujado y la madera. He hecho varios santos y cuadros calados. Hago Football como deporte, lo que ha permitido que me saquen algunas veces a la penitenciaría de los hombres.  Hace un año entré a Bachilleres. Quiero  estudiar leyes.

Vienen al penal los maestros de la Universidad de la Ciudad de México y se puede.

Por cada dos días que trabajas, te rebajan uno la pena. Con cada curso también acumulas puntos para pedir el beneficio de la reducción. Creo que yo podré meterlo hasta los treinta años de reclusión.

Desde niña supe que me iban a gustar las mujeres. Cuando mis amiguitas decían “¿Viste que bonito niño?” yo pensaba : “Las bonitas son ustedes” pero me callaba.

Luego, de los amigos, si alguno quería andar conmigo, me alejaba. No sentía interés, prefería quedarme platicando con las chavas.

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Aquí pasaron cuatro años para encontrar el amor. Sin buscarlo, llegó. La conocí en los cursos. Bonita, de treinta y cinco, yo treinta y cuatro. Nació la amistad. Se cambió a vivir a  mi estancia. Convivimos más de cerca. Ella ya había tenido relaciones con mujeres. Insistió por meses. Me fue convenciendo de que no era un juego y acepté ser su novia. Por primera vez hice el amor con una mujer. Ha sido muy diferente. Hermoso. Con el papá de mis hijos era satisfactorio, pero algo hacía falta, no había gran atracción física. Con Lupita es fuego que quema por dentro. Me gusta su forma de ser: noble, cariñosa, sencilla. Muy trabajadora. No espera que le den. Lo que tiene es por ella. Yo soy igual.

Al inicio era muy celosa, le fui demostrando como soy. Con ella no necesito caretas; si quiero a una persona, es solo ella. Soy muy cursi: chocolatitos, una flor, esa música al despertar, besitos en la nuca.

Me llena en todo. Sólo con escuchar su voz, me hace el día.

Andábamos por todos lados buscando como estar bien las dos: ayudando a cargar cosas en las visitas íntimas, vendiendo galletas y chocolates que yo hago, haciendo el aseo de otras compañeras, sacando algo de dinero de cualquier  parte.

Es diferente la relación con una mujer. Los hombres por serlo, se sienten con derecho natural de ser primero; son egoístas. Con ella, siempre pensamos en las dos.

Mi mamá supo desde el inicio. Después de un año se lo dije a mi papá y a mis hijos. Temía lo peor. Para mi asombro, mis hijos dijeron que ya se habían dado cuenta y que era mi problema. Mi papá también.

Conocí a su familia cuando la visitaban. Tiene dos hijos. Lo  aceptaron sin problemas.

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Hace un año, me preguntó si  quería casarme con ella. Lo tomé a broma. Siempre pensé que jamás me casaría. Es en serio, dijo , quiero casarme. Piénsalo bien le respondí, tú saldrás pronto de aquí, mi pena es de cincuenta y ocho años. Llevo nueve. No importa, quiero estar contigo  adentro o afuera, me dijo.  Planeamos la boda. Nos casamos el 26 de junio  en las bodas comunitarias que organiza el penal. Vinieron nuestras familias y conocidas del penal. Fue muy bonito sentirlos cerca, apoyando nuestra decisión.

Dos meses después, Lupita salió libre. Traía doce años por robo de auto y se fue a los ocho. Encontró trabajo en la Central de Abasto, limpiando nopales. Le va bien.

Tenemos autorizada una visita conyugal por semana. Hay mucha comunicación. Si llego a necesitar algo, no lo exijo, platicamos y decidimos qué hacer. Está pendiente de mis hijos. Si se lo pido, deja todo y va a verlos, o me los trae. Así vamos, con altas y bajas pero lo que sentimos sigue.

Amar es bonito, mata la rutina, quiebra la dureza del encierro, te echa a andar la imaginación, achica los problemas, te mantiene viva.

Acerca de Rosamarta Fernández

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