Ana

JUZGADO

La ciudad M. se ubica geográficamente a menos de 300 kilómetros de distancia de la Ciudad de México y, a pesar de ser extraño en demasía, no ha sido posible explicar de forma totalmente aceptada, la razón por la cual llueve todos los días del año, desde hace 30 años. Siempre, a partir de las 11 de la noche y, siempre, hasta las 5 de la madrugada.

Entre las mujeres de ciudad M. existe una creencia que llevan a grados insospechados: nada bueno ocurre después de las 11 de la noche. Entre los hombres de ciudad M. en cambio, no existen las creencias; existe el trabajo, la camaradería, las cantinas y la absoluta defensa del honor. Tan profundo es éste último pensamiento que, el quebrantamiento del honor nunca surge o es provocado por ningún ser del sexo masculino, las fallas e inconsistencias son producidas, invariablemente, por integrantes del sector femenino. Por ello es sencillo comprender que, en ciudad M. cuando un hombre es señalado como presunto agresor de una mujer, la autoridad se toma esta suposición con  todas las reservas de las cuales sea posible disponer.

Sin embargo, a las 11 horas, con algo más de treinta minutos, de la noche del día 15, del doceavo mes, del año 2015 de la era común, el juez Vigésimo de ciudad M. tuvo que enfrentar un caso desgarrador: un hombre, de nombre José María, se presentó de forma voluntaria a levantar una demanda en contra de otro hombre, de nombre Juan Ignacio, mientras, de forma paralela, también aceptaba su culpabilidad en la ejecución de una felonía en contra de una tercera persona. Este es el recuento de los hechos sucedidos, en voz del demandante –quien demostró una poderosa capacidad de síntesis, aunada a un grado de sinceridad y autenticidad notables–.

“Debo empezar por lo primero, para darme mejor a entender, porque creo que lo mejor es ser claro y sincero y darse a entender es todavía mejor. Cuando cumplí 22 años, ese mismo día de mi cumpleaños, supe que era el momento en que yo debía de sentar cabeza; debía establecerme como Dios manda, formar una familia y tener los hijos que   Dios me dijera que debía tener. Entonces en ese momento, en mi cumpleaños, pensé en Ana. Pensé en ella porque la conocía desde la primaria. En mi casa me decían que estaba loco, que ella no me convenía porque usaba lentes, porque siempre andaba con sus libros y que los leía y que parecía idiota y que se ponía unas faldas muy cortitas. Yo pasé por alto todo eso porque sentía que en el fondo era una buena mujer y la verdad, para ser muy honesto, también me gustaba el que, ella le gustara a muchos hombres por estar bonita y, por estar, cómo decirlo, pues piernuda. Me costó más trabajo que el que imaginaba convencerla de que se casara conmigo, como que se hacía la muy importante, la muy superior. De todas formas un día aceptó y me dijo que se casaría conmigo pero que yo no le gustaba y yo pensé: cómo se hace la creída. Ya luego nos casamos por lo civil y por la iglesia en diciembre del 13.   Viviendo juntos, el primer año estuvimos bien. Yo cumplía con mis obligaciones de marido.

Pero ya pasando ese año todo empezó a cambiar: ya no dormíamos juntos y ella se quedaba en la sala, hablábamos bien poquito y dejamos de tener las relaciones. Una noche que no podía dormir iba yo a la cocina y la vi, tocándose sus partes, le pregunté qué hacía y ya no me contesto. Así pasó todo el año, muy mal. Hoy en la tarde cerré antes la tienda, estaba cansado y cuando llegué a mi casa, la caché teniendo las relaciones con Juan Ignacio, el hijo del herrero. Me enojé mucho y quería pegarles pero no era culpa de Juan, entonces le dije que se largara a la chingada. Yo solo quería que Ana me dijera porqué, porqué y porqué había hecho eso, porqué no quería acostarse conmigo, porque me había deshonrado. Como no me decía nada fui por un martillo y se lo enseñé, pero ni así hablaba y ya no me pude aguantar más y le pegué en la cabeza y en la cara y en las piernas. Sé que hice mal, pero tenía que defender mi honor”.

Desde luego, en ciudad M. la ley no solo es clara, es expedita. La fluidez y la armonía con la que toman cause las resoluciones son palpables. El juez Vigésimo lo sabe y por ello actuó con total congruencia: Existe una potencial causa de adulterio, en contra del ciudadano Juan Ignacio. Se debe iniciar un proceso penal en contra del ciudadano José María, aunque este podrá enfrentarlo en libertad, pues al haber confesado que el asesinato fue realizado en defensa de su honor, cabe la posibilidad de que cumpla una especie de castigo, sin necesariamente entrar a prisión. En contra de la occisa no hay acusación alguna, procede realizar los servicios funerarios.

El caso entra pues en un proceso formal que debe tomar el curso adecuado y, como tal, será ejecutado desde la mañana en horario de atención. El juez Vigécimo ha dispuesto y ahora debe retirarse, pues no desea ser recibido con una amonestación de su señora: ¿Porqué tan tarde? ¿Acaso no sabes que después de las 11, solo cosas malas pueden suceder?

    

Ciudad de México, diciembre de 2015.

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