Antonia

miho-hivano
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El tenue sonido del viento. La tarde transformándose, inexorable, en noche. El olor del café. Un pájaro solitario en el patio de mi casa me mira implacable. De pronto, una campana digital: “ding, ding”. Es necesario, no, no solo necesario, es indispensable que realice un pago bancario. Vivo en la época en la cual todos los pagos se hacen por transferencia electrónica-digital-virtual-lo que sea, y yo prefiero realizarlos en persona; mantener este capricho me obliga salir de casa. Me dejo el pijama, que en realidad es un leggin deportivo con sudadera. Voy al Sanborns del Palacio de Hierro, aprovecho para comprarme un “Manicero”. Mientras el cajero realiza la operación, veo en el anaquel de revistas —donde están exhibidas, literalmente, cientos de ellas— una que llama mi atención de

forma particular. Es un cuasitabloide de chismes de personas famosas. La nota principal en grandes letras moradas reza: “Cuatro años sin tener sexo”. Mi curiosidad me lleva a hojear la revista y leer el reportaje.
—¡Señorita Antonia! Disculpe, ya

está listo su depósito.
Por breves instantes me he difuminado en ese espacio del tiempo. Los otros clientes que esperan pagar cosas me miran con un poco de desaprobación, aunque no demasiada.  No entiendo como el cajero sabe mi nombre. Reviso de forma automática el comprobante del depósito, en el cual, al calce, está mi nombre y una versión sincopada de mi firma. Salgo de la tienda y el frío me abraza de inmediato. Se siente bien. Odio los inviernos con días calurosos. A unos pasos observo un café y pienso de inmediato en un lungo. Me siento y veo pasar frente a mí el desfile nocturno de la vida, en esta parte de la ciudad. Cuatro años sin tener sexo. El actor o conductor de televisión sostenía que era demasiado tiempo, que estaba listo, que quería amar de nuevo, que quería sentir un c

uerpo junto a su cuerpo, que los días habían pasado y no se había dado cuenta.
Que los días habían pasado y no se había dado cuenta.
Que los días habían pasado y no se había dado cuenta.

Cuando yo estaba con él, el sexo era, era confirmación. Todo. Soy una vieja historia repetida millones de veces sin parar… pero, una historia tan contada, ¿no debería ser el aviso contundente de evitarla? Aunque, sí: sin duda: lo volvería a hacer. Todo. Soy una contradicción.
No he podido llorar una sola lágrima. La psicóloga dice que en mi cara se nota la acumulación de un inmenso mar de lágrimas contenidas. Incluso me he picado los ojos. Nada.

La música en el café. La iluminación. El barista con su barba y sus lentes de pasta. Las chicas sentadas en la mesa próxima. La música es espectacularmente buena, ha creado una atmosfera. Le pregunto a alguien: ¿Quién es? ¿Quién canta? De otra mesa me dicen: <<ya me contestó la aplicación, se llama Disappearing… la canción, así se llama>>. Me muestra su teléfono; en pantalla, la portada del álbum que contiene la canción. Sonrío. Doy otro sorbo a mi café.
Lo vi muchas veces antes, nunca causó nada en mí. Santiago. Era un tipo más de traje y corbata, en los interminables pasillos de ese edificio con oficinas. En la empresa nos fue encargado un proyecto de pocas semanas en el cual trabajamos juntos. Una mañana, no sé cómo, me enamoré de él. Tampoco no sé de qué forma, pero él también de mí. Yo salía con alguien en esos momentos, un alguien pasajero, transitorio, un chico amable, lo dejé, como también dejé todo lo que era regular en mi vida, en mi vida regular. Él en cambio estaba casado, con alguien fijo, permanente: la mamá de su hijo.
Siempre le creí por completo, hasta este mismo día, aquí, en este café, siempre le creí a Santiago que me amaba a mí y no a su esposa. No pude, no conseguí esperarlo más. El amor no alcanza, quiero más.
Hace muy pocos días rebasé la cifra de un año. Un año sin tener sexo con alguien más. Solo ha sucedido conmigo misma. Intenté salir con alguien; besaba rico y la sensación era agradable; por poco terminamos haciéndolo pero decidimos dilatar un poco el deseo: error. Santiago brota de mi piel. Santiago vive en mis células. Santiago ocupa mis protones. Estoy incapacitada para dejar entrar en mi cuerpo a otro que no sea él. Los días pasan y me doy totalmente cuenta de ello. Soy totalmente consciente. Soy Antonia y amo lo que no puede ser. Quisiera decirle algo al actor o conductor de televisión que lleva tres años más que yo sin coger —o hacer el amor— pero, no se me ocurren las palabras adecuadas. Quizá decirle que escuche la canción Disappearing.
El aire entra a mi cuerpo. Escucho mi respiración, siento como se oxigena cada parte de mi cuerpo. Camino por la calle. Una chica que cruza frente a mí me sonríe. Hace frío. Voy a casa.

               Ciudad de México, enero de 2017.

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