El dolor es una costra que me trago

 Siniestro delirio amar a una sombra.
Alejandra Pizarnik

costra

 

Estoy harta de tus miradas que ya no recuerdo, de tu renuencia a estar a mi lado. Podría advertirte que nadie te va a querer como yo te quiero, pero no, lo único seguro es que yo no querré a nadie más como te quiero. Cuando hablo de ti se aniquilan los verbos, los tiempos, ya no sé si fuiste o eres. Si te quise o te quiero. Si lo que siento es presente, pasado o algún tiempo imperfecto.
Pensabas que mi afición por ti era precipitada. Pero yo no creo en los relojes. Para mí la pasión se construye en lo interno de cada quien, a solas, con esfuerzo y precisión, de tal suerte que se fabrica una inmensa flecha, con jades y obsidianas, y luego se la dispara a la persona que se aprecia como el blanco, el alma, el pensamiento sideral compatible. Yo te quise porque construí mi amor para ti, sin seguir manuales de fabricación sino sólo mis sentimientos. Te amé con pasión verdadera, pero nunca me impuse un plan de caminos paralelos sino cuando estaba borracha, que lo perdonaba todo.

Fuiste mi jarrito de Tlaquepaque, mi dulce de guayaba, mi jícama con chile, pero nada de eso te importó y transformaste la historia de esta pasión en una jodida comedia de sordomudos. Intentando olvidarte me corté el cabello, me inscribí en una logia, me desnudé en el zócalo, me perforé la nariz. Todo inútil. Eres para asesinarte, y aún estoy esclavizada a tus palabras. Qué perras ganas de ti me dan, de tu cuerpo y de tu alma y tu temperamento. Qué ganas de tus sueños y temores, de tus jabones y tus alimentos. Por ello te acuchillo frecuentemente, y luego te curo, por la frustración y pasión que se van alternando, que me poseen intermitentemente.

Nunca tuve una foto tuya. Sólo muchos, muchos correos electrónicos donde me seducías, me abandonabas, me enamorabas. Decías que era mejor que no me contaras nada de tu vida. Que me comprometería saber la realidad. Lo cierto es que cada vez eran mayores los tiempos de tu ausencia, que me fuiste abandonando, que lo nuestro dejo de ser carnal para volverse sólo epistolar. Por eso, cuando te dabas cuenta de mi desánimo por tanta lejanía empezabas de nuevo con tu andanada de correos a toda hora. Y ¡zas! volvía a tragarme el delicioso anzuelo de tu recuerdo recargado con metáforas, adjetivos e insinuaciones de promesas que nunca llegarían a más.

¿Por qué no te quedaste conmigo? ¿qué buscabas que no existió en mí? El control lo tiene quién quiere menos, dicen. Tú pensabas que me tenías segura. Que con sólo llamarme ahí estaría esperando una palabra tuya para sanar mi alma. Y sí, sí estaba cuando me buscabas. Me tenías pero no sabías que yo no podía vivir sólo para eso. Después de conocerte empecé a desarrollar una vida paralela, no, más bien, muchas vidas paralelas. Tú pudiste ser el centro de todo eso y lo eras de algún modo. Pero si yo me he quejado de no conocerte, de no saber de tu vida, puedo considerar que tú tampoco sabes mucho de mí. Decidí cerrar unas puertas y abrir otras. Ahora yo sería la anónima, la francotiradora. Inubicable. Ex-céntrica que tira piedritas para que la odien o la perdonen.

He terminado por aceptar que tú nunca serás para mí, ni en la tierra ni en el cielo. Me llevaste a pozos de caídas eternas, te busqué tanto que terminé perdiéndome. Tú tenías tu vida lejos de la mía. Yo también construí muchas vidas lejos de la tuya. Muchos amores fugaces para curarme de la adicción por ti.
Y si te amé es porque me deslumbraste con tus palabras, con tu locura. Fuera de tu cuerpo lo demás era trabajar de asalariada, lejos de tus manos el color no prendía y la luz no servía.
Podremos contar alguna vez sobre estos años: hubo un cuento, un fuego, una página llena de nuestros besos cada viernes de vicios y de talento hundido en mí. Podemos hacer eso u olvidar todo. Esa será tu elección. Tú decidirás en que lugar de tus recuerdos me dejas.

Ya no hay vuelta atrás. Tú lo sabes. Aunque la piel me arda al nombrarme sin tu nombre. Se acabó todo entre nosotros aunque el veneno siga inoculado, aunque yo cada vez me parezca menos a la que amaste alguna vez.

Ahora sólo me quedan frases siniestras mientras amarro mis ganas y confieso que el dolor es una costra que me trago.

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