Elizabeth

En incontables oportunidades, no pocas personas me han cuestionado la razón por la cual me dedico a ser crítico de cine. En su mayoría, estas personas ya tienen de forma preconcebida mi potencial repuesta: esperan que les responda algo rebuscado, culto, elitista, snob. Basándome en mi experiencia, en lo que a mí me ha tocado vivir, pienso que estas personas por lo general viven la terrible dicotomía de conceptualizar a las películas en: “las comerciales” y las de “arte”; desde luego, su gusto manifiesto se inclina por las segundas. Entonces, claro, ya con un poco de confianza —o tres copas de vino— me dicen cosas como: <<pero a ver, ¿cuántos años tenías cuando viste esa primera película que cambió tu vida? ¿Diez? ¿Quince? ¿Era de Kubrick? ¿Polansky? ¿Linch? ¿Fue en una sala de cine o en tu casa? ¡Dime!>>.

Ser una de las máximas autoridades en materia de crítica cinematográfica es un trabajo duro pero sin duda de los más placenteros y apasionados. Me ha costado, a veces el doble. En este medio también existe el machismo. En una ocasión un imbécil me dijo: <<los verdaderos críticos de cine son y deben ser hombres, tú, ¿cómo podrías comprender una joya como Blade Runner?>>. En cuanto se me presentó la oportunidad —en un festival en la ciudad de Morelia—, hice pedazos al replicante.

Soy dura en mis reseñas y críticas, pero cuando una película está realizada con oficio y con emoción, recomiendo dejar todo aquello no importante y correr a verla. La razón por la cual amo el cine, casi tanto como amo a mi vida misma, es una película en particular; sin embargo esa película no es de Tarkowsky, ni de Fellini, ni de Bergman, ni de Hithcock o de John Ford. No es el Ladrón de bicicletas, Kane, Los 400 golpes o El ángel exterminador… No.

Cuando era niña prepúber, en el cumpleaños de mi abuelo se reunía toda mi familia por un fin de semana entero. El viernes, se organizaba la primera cena; el sábado era de convivencia total: además de las tres comidas familiares, estaban las sesiones de juegos en los cuales se involucraban tanto a los adultos como a los pequeños. Los domingos, íbamos todos juntos, como una gran manada de elefantes, al cine. La película que se elegía siempre era de corte familiar para que pudiéramos verla sin necesidad de separarnos. Ese año entramos a ver una llamada “Aventuras en la gran ciudad”.

En su momento y hasta el día de hoy, la crítica especializada ha calificado a “Aventuras en la gran ciudad” como una película perfectamente prescindible, saturada de lugares comunes, inverosímil y de malas actuaciones, cosas todas ciertas, a las cuales se podrían agregar algunas más. Una película a la cual el tiempo cubriría de capas de olvido. Sí, para casi todos, no para mí.

Como sucede en repetidas ocasiones, el título original de la película es mucho más acertado: Adventures in babysitting, pues la historia que se relata tiene como elemento central a Cris, una chica de 17 años quien, en contra de sus deseos, se ve obligada a cuidar a dos niños —Sarah, de quizá 7 años, y Brad, de alrededor de 13 años— pues los padres de estos, irán a una fiesta. Todos los personajes viven en los suburbios de la ciudad de Chicago y, como es lógico suponer, la acción principal de la película se trasladará de los suburbios a la ciudad: Brenda, la mejor amiga de Cris está en la central de autobuses, arrepentida de haber intentado huir de casa; quiere que Cris pase a recogerla. Como es también lógico de colegir, surgirán eventos que retrasarán el encuentro con Brenda, empezando por el hecho de que Cris va a buscarla en compañía de Sarah, Brad y un amigo de este. Desde luego, al final todo se resuelve de forma predecible y favorable.
Adventures in babysitting inicia con una secuencia en donde se introduce al personaje principal, Cris, interpretada por la actriz Elizabeth Shue (mi tocaya), mientras van corriendo también los créditos. Cris-Elizabeth se viste para salir con su novio, mientras canta y baila una canción; la escena es prácticamente un videoclip musical de fines de los años ochenta.

Cuando vi a Elizabeth Shue bailando, vi a Dios. Vi al ser más hermoso y perfecto. Vi al amor con forma y volumen. Mi corazón latió de forma arrítmica por casi dos horas. Mi enamoramiento intenso me duró meses, hasta el día de hoy la venero, pienso en ella como si la hubiese conocido. Gracias a ella supe que no iba a ser una chica “tradicional” a la que le gustan los chicos.

Y pensé: ¿cómo podría estar lo menos alejada posible de Elizabeth Shue? Entonces, con toda pasión, he dedicado mi vida al cine. Gracias a Cris-Elizabeth, están en mi vida Bela Tarr, Cronenberg, Alain Resnais. Desde ese día en el cine, mirando con toda mi familia Adventures in babysitting, mi vida completa ha sido un acto de amor.

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Mauricio Goėmez Moriėn

Acerca de Daniel Antonio

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