La araña rebelde (Mini-fábula)

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Erase una vez una araña patuda que se rebeló al destino. Afirmaba no tener porqué destruir a otros animalitos para vivir. Decidió entonces volverse vegetariana, no comer más moscas ni mosquitos, de los cuales se nutren normalmente  todas las arañas.

Por instinto, tejía su tela como todas las demás, pero cuando las moscas quedaban atrapadas en ella, la araña patuda, en vez de devorarlas, las alimentaba, las curaba si es que se habían lesionado, pidiéndoles amplias disculpas; luego destejía el pedacito de tela para que pudieran escapar.

Las moscas y los mosquitos no entendían para nada la generosidad de la araña, porque  como todo mundo sabe, el lenguaje de las arañas es muy distinto al de las moscas, pero en cuanto podían, salían huyendo.

Como una cosa es querer y otra muy distinta poder, la araña patuda se fue haciendo cada vez más flaquita. Aún cuando ella se proponía comer sólo vegetales, en realidad los detestaba. Ella argumentaba que casi no comía para así estar más ligera y desarrollar su espiritualidad. Resultaba tan convincente su decir por ser consecuente con su hacer, que otras arañas empezaron a imitarla. El número de seguidoras creció hasta ser mayoría. Entonces, por bien de la comunidad, establecieron una ley que prohibía comer moscas y mosquitos; la araña que violara la norma, sería acusada de alta traición, sufriendo en consecuencia la pena de muerte.

Así se fue extinguiendo la especie de las arañas. Unas eran pasadas por las armas, otras preferían morirse antes que comer los odiosos vegetales.

Por su parte, las moscas y los mosquitos, ya sin temor de ser engullidos por las arañas,  comían sin parar por doquier, lo que generó un problema de obesidad, incrementándose su tamaño. Por otra parte, se reprodujeron más y más; pronto eran millones de millones de moscas y mosquitos enormes, tantos, que la comida comenzó a escasear, por lo que a su vez, empezaron a enflacar y a morirse como moscas por doquier.

Ante el desastre, el Concilio de Insectos formado también por algunas moscas y arañas de las más viejas, mandó llamar a la araña patuda. La trajeron en camilla, pues ya casi no podía moverse. Le hicieron ver que aunque su determinación de no matar animales de otras especies para sobrevivir podía verse como algo bueno, no era posible romper el equilibrio construido durante siglos por la naturaleza, sin provocar consecuencias terribles para todas las especies. La araña patuda en el fondo lo sabía; reconoció su soberbia, su testarudez y ahí mismo escribió un testimonio en el que pedía a sus seguidores asumir  su destino de ser un eslabón más en la cadena de las especies. Acto seguido, se murió. Las pocas arañas sobrevivientes recibieron muy contentas el estamento y se aplicaron a cumplirlo comiendo tantas moscas y mosquitos que pronto se restableció el equilibrio. En un lugar bien visible colgaron el atestado de la araña patuda para que por el bien de todas, no se le ocurriera violarlo a ninguna otra.

Acerca de Rosamarta Fernández

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