Lorena

Hoy inicio mí vuelta número cincuenta y dos alrededor del sol. Por vez primera en todos estos años, inicio este periplo estelar sin un papá, por vez primera no hay nadie que me diga qué hacer, cómo hacerlo y el momento de hacerlo. Aún me provoca un poco de miedo. Soy un cliché, un anuncio de Liverpool: la hija, la nieta, la esposa: siempre con un papá. Soy una niña de, poco más de 50 años.

 

 

Es muy cómodo estar sola, despertarme en las mañanas sin ver a nadie, salvo a mí, reflejada en los espejos. Me sorprende tener un cuerpo tan firme, he visto más celulitis en cuerpos veinte años menores. Mi cara… qué guapa sigo. Es cómodo estar sola, pero por breves momentos, aburrido. Me encantaría tener un amante. Uno que esté a mi servicio cuando yo quiera. No me importa si es casado o si tiene novia o pareja o lo que sea. Me importa que venga en el momento en que se lo pida.

 

 

Sentada dentro de un café, mientras revisaba un texto —enseño a escribir, aunque no escribo ya nada… doy clases en una reconocida universidad y en una reconocida librería— de uno de mis alumnos, noté que alguien me observaba. Lo noté porque sentí el peso de su mirada sobre mi pecho; el peso de la mía provocó que levantara su cara e hicimos contacto visual. De forma inconsciente ladeé mi cabeza hacia el lado derecho y con mi mano izquierda pase mi pelo sobre mi oreja. Me sonrió y no le correspondí, aunque en realidad sí que quería. En menos de tres segundos me pasaron mil imágenes: tarde lluviosa, gabardina, se acerca, me toma de la cintura, me besa, restaurante, comida sin tocar, tres copas de vino, su casa, la sala, sillón mullido de color gris, música de Diana Krall, besos apasionados y… un detalle detiene mi flujo de pensamientos: ¿y si no medí bien hasta dónde íbamos a llegar en esa cita y yo no arreglé del todo el cuidado de mi zona íntima? Odiaría la presencia de una cana. No, mejor no, debería ser más planeado y, cuando terminan esos tres segundos de locas imágenes, rompo contacto y regreso a revisar el texto escrito por uno de mis alumnos, el cual, por supuesto, está mal redactado.

 

 

Días después, en una reunión con amigas —todas divorciadas— hablamos sobre el futuro del país, de nuestra genuina preocupación por el porvenir, ahora que nos gobierna alguien de pensamientos alejados de la clase media alta. Hablamos de los hijos, aunque dos de nosotras decidimos no tenerlos, pero empatizamos con las demás. Hablamos de las universidades. Hablamos de esos estudiantes que hacen marchas. Hablamos de una nueva camioneta y hablamos sobre lo cómodo que resulta no estar casada. Hablamos del Tinder y en este punto resulté la burla de todas porque aún no me decido a utilizarlo. Me cuesta un poco de trabajo estar en ese anaquel. Me da miedo que quienes vean mi imagen la pasen con su dedo del lado izquierdo. Me da miedo estructurar mi perfil, elegir fotos. De cualquier forma sé que voy a terminar utilizando la aplicación.

 

 

A veces me pregunto: ¿cuándo deja una de ser acosada? Por la forma de mi cuerpo y por mi tamaño, es inevitable utilizar la ropa un poco justa. Caminar tres o cuatro calles por la colonia Cuauhtémoc puede convertirse en un verdadero problema. Me dicen de todo, aunque una vez, cerca del instituto de la embajada francesa, un señor de barba me dijo algo sobre mi trasero y no me molestó del todo —era muy guapo—. En la universidad, me enteré que los alumnos me dicen la Milf Lorena y una vez alcancé a escuchar a uno de ellos describiendo “como me la comería”.

 

 

Es toda una batalla. Es muy cómodo estar sola, no ver a mi marido más. Es cómodo pero un poco aburrido. A veces quisiera que pasara algo más. Me he dado cuenta que en ocasiones estoy de malas casi de la nada y me he dado cuenta también que me desquito con mis alumnos. Me gustaría que en los cursos de creación literaria que imparto hubiera una presencia masculina de mi agrado: lo que me ha tocado, no me ha causado emoción. Quizá por eso les digo que sus textos necesitan trabajarse más, no puedo desanimarlos demasiado porque dejarían de ir, pero sí lo suficiente para que no se crean los nuevos García Márquez de Polanco. Les digo citas de Phillip Roth, de Henry James, de Alice Munro. Así les doy a probar ese mundo al cual no van a poder acceder, pero sí aspirar.

 

 

Es cómodo estar sola, pero, algunas noches, en mi cama, mirando el techo, no consigo dormir. Practico mi respiración, pongo aromas, música… el peor de los casos se da cuando logro dormir una hora antes de tenerme que levantar. Quizá por eso me desquito un poco con mis alumnos.

 

 

Es cómodo estar así, pero a veces, un poco aburrido. No quiero convertirme en una mala persona. De momento, me inscribiré a un nuevo curso, algo sobre… no sé, quizá algún tema psicológico, algo que sea cómodo…

 

 

Ciudad de México, septiembre de 2018.

 

Acerca de Daniel Antonio

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