No quiero madurar

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LAVARONA

Pasaron los años. Demostré de la manera más sistemática mi inconsistencia. No puedo. No puedo mantenerme en una sola dirección por un buen tiempo. No puedo mantener el tono en cuestiones que me requieran más de cuatro meses de atención continua. He presumido que soy gente seria, que puedo asumir compromisos y responsabilidades pero las evidencias me delatan. No quiero madurar, me caga la idea de ponerme de ñora aburrida pre-menopáusica que se retira de todo lo ameno de la vida. Aunque me digan señora en la tienda, en el camión, no asumiré que di el viejazo, ni madres, eso para las demás. Antes muerta que sencilla, dice la rola en la pesera, y yo le agregaría: antes muerta que amargada.

Sí sólo es cuestión de dinero y ya. Unas cuantas cirugías para levantar lo caído y para rellenar lo que haya que emparejar. El asunto son las otras caídas y las otras cicatrices. Las que ni con lipo o bótox se alivianan.

Es tan difícil conservar la gracia y lo alternativo en estos tiempos. El partido está hecho una mierda. Creo en algunas personas pero muy a título personal, no me importa su corriente, formación ideológica, sólo me importa lo que hacen ahora, cómo lo hacen, con quién lo hacen. No estoy decepcionada de la izquierda. Sólo estoy decepcionada de algunas y algunos que se dicen de izquierda. Bueno, sí, de muchos. Pero tampoco me rasgo las vestiduras. Yo creo que esto siempre ha sido así, entre más sabes menos puedes creer.

Pero yo insisto: es necesario creer en la belleza (sustentarla, apoyarla, cultivarla), en los ejemplos de locos solitarios que creían en mundos mejores. Me choco un poco con la misma necedad que suena a pendejada a estas alturas, pero en fin, es lo único que me queda y me lo repito ya en silencio, ya no en reuniones de partido o de amigos. Me lo digo sólo a mí misma. Con cierta vergüenza. Pero también con cierto orgullo pequeño, infantil: sigo siendo una creyente.

Acerca de Carmen Saavedra

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