Paula

Camina cansina y sin embargo pareciera flotar al avanzar. Quizá se deba al largo de su falda: arrastra algunos centímetros de tela, por el irregular y maculado piso. Es raro, piensa Paula, hace tres días llueve y llueve… la basura mojada es más difícil de meterla en las bolsas… que ya se acabe este jueves, concluye, mientras desplaza con su dedo índice el pelo mojado que cubre parte de su cara.
Por momentos y a escondidas de su jefe, Paula se coloca en un sitio estratégico desde el cual puede observar a la multitud de personas —por lo general, apuradas— dirigirse hacia las distintas salas de exhibición para productos cinematográficos; cientos de espectadores, todos los días, sin parar. En ocasiones, cuando se siente animada, Paula camina entre las personas, y de forma aleatoria, les saluda: algunos contestan, pocos sonríen y muchos ni siquiera la voltean a ver. Quizá es por mi tamaño que no me ven, ha razonado Paula en múltiples oportunidades.
Han pasado los minutos y las puertas de salida de la sala 3 se abren, finalizó la película, empieza el éxodo de espectadores. Es necesario dejar todo limpio para la siguiente función. El sector del gran complejo cinematográfico al cual está comisionada Paula para realizar servicios de limpieza, comprende las salas cinematográficas 1, 2, 3 y 4—con sus respectivos sanitarios y lavabos— y un patio común, sin techo, de gran tamaño, alrededor del cual existen tiendas, restaurantes y un café. Las prioridades transmitidas a Paula y sus compañeras son sencillas: mantener todo limpio, siempre y, no abandonar, bajo ninguna circunstancia, el sector adjudicado. En una reciente noche, Paula ya había experimentado la oportuna retroalimentación de su jefe, cuando este la descubrió juntando latas vacías de Coca-Cola en el otro sector.
— ¿Qué carajos estás haciendo de este lado, estúpida?
—Nada. — Había musitado Paula, mientras intentaba retomar la vertical de su cuerpo, modificada momentáneamente por el tirón de brazo ejercido por su jefe.

Mientras observa a la gente abandonar la sala, Paula extiende la bolsa negra para desechos. Toma una escoba y un recogedor. Al entrar, descubre palomitas tiradas en el piso, en diversos puntos. A lo lejos, alguien grita que se apure. Poco después cree escuchar entre varias, las palabras: inútil y huevona. Para abstraerse, Paula trata de adivinar las opciones de cena que se darán en el albergue en donde pernocta; recuerda entonces que es jueves y se dice a sí misma: <<migas>>, y no logra contener un intento de sonrisa. Solo espera que la lluvia pare, pues ya ha comprobado lo complicado que resulta caminar veinte calles, de noche, soplando el aire y bajo las pesadas gotas de agua.
Una idea le llega de pronto a Paula. Irá al café cercano a la sala 2 a preguntar por la basura del día. En general, siempre que va, en ese café le ofrecen como pago por sus servicios de recolección de basura, al menos dos panes dulces.
Al entrar al café, cruza entre algunas personas, quienes platican de forma intensa sobre una película.
—La estética visual está completamente tomada de Kurosawa…
—Lo importante es el profundo análisis que hace el director sobre las personas desfavorecidas. ¡Cuánta poesía! ¡Por favor!
Los cineastas sólo reparan en Paula cuando esta pide permiso para pasar con la bolsa de basura que lleva en su mano derecha. En su mano izquierda, aprieta una bolsa de papel de estraza que contiene una dona de chocolate y un muffin con chispas de chocolate.
Por fin, las funciones del día en el complejo cinematográfico han finalizado, se acerca el final de la jornada. Alguien le dice a Paula, casi a gritos: <<¿fuiste de “hambriada” al café?>>.

Bajo la lluvia, camino al albergue, una certeza: si es jueves, seguro darán migas. Y sigue su camino.

Ciudad de México, mayo de 2017.

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lustración/ Rafael Cachos Calvo

Acerca de Daniel Antonio

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