Usted

7

Daniel manejaba despacio por la sinuosa carretera a Cuernavaca. El silencio instalado entre Paula y él era acompañado por las voces que salían del radio de transistores que ella llevaba entre las manos: “Usted llenó mi vida de dulces inquietudes y amargos desengaños…”.
Paula lloraba en silencio, luego de la última discusión que habían tenido. No podía entender cómo Daniel se negaba a casarse con ella; con ella, que le había mostrado cuánto lo amaba. Y la gente no dejaba de criticarla por todo: porque vivía sola en México, porque trabajaba fuera de su casa como maestra, porque tenía veinte años y todavía no había conseguido casarse, porque su novio, el profesorcillo ese, sólo se estaba burlando de ella…

Para hablar sobre su relación habían planeado ese viaje de fin de semana a Cuernavaca; para discutir lo del matrimonio y tomar una decisión definitiva al respecto. Y ahí iban, Daniel –incómodo y presionado– y Paula –angustiada e insegura–.

Daniel no estaba convencido de querer compartir su vida con una mujer tan obsesiva como su novia, él era de temperamento más bien tímido y calmado y no entendía que la vida pudiera vivirse como un relámpago, como una flama eterna de pasión, porque así era Paula, algo neurótica y febril, y eso no era bien visto por su familia. Su madre deseaba una nuera dócil y Paula no parecía corresponder a su expectativa… y la opinión de su madre era fundamental para él, estuviera o no de acuerdo. De pronto se sentía hastiado por lidiar permanentemente con dos mujeres tan caprichosas y necias. Parecía que lo perseguía un destino siniestro con las mujeres.

Suspiró tranquilo cuando llegaron a la cabaña en Cuernavaca. El silencio se resolvía por cuestiones prácticas, como llegar e instalarse en el lugar. Después de un rato parecieron olvidar sus rencillas al reencontrarse en el beso que buscaba prolongarse toda la noche. En eso estaban cuando tocaron fuertemente a la puerta. Los dos saltaron. ¿Quién podría ser?, ¿quién sabía que ellos estaban en ese lugar?

Al abrir, apareció el rostro descompuesto de la madre de Daniel. Rostro fúrico que más que de una madre parecía el de una amante traicionada. Loca de rabia se abalanzó abofetear a Paula mientras la calificaba de seductora y perdida. Daniel, inmóvil, observaba la escena como si no le incumbiera, lo que exacerbó los ánimos de Paula y su madre. ¿Cómo era posible que no tomara partido y defendiera a alguna de ellas? ¿Cómo era posible que las dejara solas, diciéndoles que conversaran y se calmaran?

Daniel sólo sonrió y les pidió que intentaran hablar como amigas, pues pronto serían familia. Paula, feliz, brincó a sus brazos y lo llenó de besos ante el desconsuelo absoluto de su futura suegra. Daniel las instó a conciliar sus diferencias en lo que él iba al pueblo más cercano por algunos víveres que faltaban para preparar la cena de celebración.

Minutos después de que Daniel saliera de la cabaña las únicas palabras que existieron fueron las que gritaron dos mujeres que nunca entendieron el engaño, mientras el fuego devoraba esa cabaña sellada.

Daniel va silbando tranquilo, contento; él que es tan poco expresivo, se atreve a ser feliz. Enciende la radio de Paula y vuelve a escuchar la canción de moda que ahora por primera vez le dice algo: “Usted es la culpable de todas mis angustias y todos mis quebrantos… su amor es como un grito que llevo aquí en mi alma y aquí en mi corazón… usted me desespera, me mata, me enloquece…”.

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