Adela

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En donde forman esquina las calles de San Antonio y Enrique C. Rébsamen existe aún un teléfono público, el cual funciona con monedas. Desde la ventana de su departamento, Adela observó que en ese momento nadie lo utilizaba y después de interminables minutos de buscar el cargador de su teléfono celular, se cubrió con un impermeable de color negro, se puso un par de botas de plástico de color rosa y salió: tenía que llamar a uno de sus pacientes.

La lluvia era de magnitud tal que, las gotas dolían un poco al hacer contacto con el cuerpo de Adela. Por fin pudo contactar a su paciente y en el preciso instante de colgar la bocina, un rayo la golpeó en la zona derecha de su rostro. El impacto fue similar a los que pueden verse en una película de súper héroes, el cuerpo de Adela fue desplazado algo más de 3 metros.

A pesar de lo intenso con que se mantenían tanto la lluvia, como los truenos, algunas personas corrieron a dar ayuda. La rodearon. Una de esas personas se puso de rodillas y empezó a tratar de resucitarla. Los ojos cerrados de Adela contrastaban fuertemente con la sonrisa que dibujaban sus labios; después los abrió y empezó a gritar por el dolor que le causaba el golpe y las quemaduras. Habían conseguido traerla de vuelta.

En el hospital, mientras se recuperaba, se había convertido en toda una personalidad. Era la mujer que había sido golpeada por un rayo y vivía para contarlo. Las intensas quemaduras en un su cara y en la pantorrilla izquierda –entrada y salida del rayo–, atestiguaban lo sucedido.

Horas después, ya estabilizada y analizada, los doctores le comunicaron que habían practicado toda clase de  estudios en su persona; el resultado era prácticamente milagroso, no fue encontrado ningún daño y hasta donde podía afirmarse en ese instante, no se observaba, ni se pronosticaba, ninguna clase de secuela. El electrocardiograma demostraba datos e información suficiente para afirmar que su corazón estaba en condiciones perfectas. Dos días después fue dada de alta.

Una semana después, la notoriedad de Adela se fue difuminando, incluso su madre empezó a dialogar con ella de la cotidianeidad, del día a día, de lo importante. Los miedos ocultos de Adela finalizaron después de haberse practicado una segunda tomografía, la cual había arrojado resultados idénticos a la primera: su cerebro se encontraba en condiciones de normalidad. Solo quedaba el recuerdo de lo que sintió, de las imágenes que pasaron enfrente de ella mientras la estaban resucitando. Las imágenes, casi como un cliché, eran un resumen de su vida, aunque solo de las cosas lindas y agradables experimentadas. Esas imágenes, esos recuerdos, ese momento, no fueron compartidos con nadie, los conservó solo para ella.

Los días continuaron su paso, y en la vigésimo séptima noche después del rayo, mientras Adela disfrutaba su programa favorito en su tableta –una serie de zombies y muertos vivientes–, escuchó música de piano. Durante horas buscó la fuente pero no consiguió identificarla: la música sonaba en su cabeza, sin parar. Se asustó y no logró dormir esa y 2 noches más. Se practicó nuevos estudios neurológicos con el conocido resultado, de la normalidad en el funcionamiento de su cerebro.

Tiempo después, Adela supo que la música era un ciclo de canciones para piano del compositor alemán Robert Schumann. Entonces, decidió tomar clases de música y de ejecución de piano. Después de un año, se sabía de memoria una cantidad importante de obras que, a pesar de la obvia rigidez de su cuerpo, sus manos y sus dedos, podía ejecutar a un nivel más que aceptable; un logro impresionante para una persona de 34 años que nunca antes había tocado el piano. Schumann vivía dentro de su cabeza y de forma paulatina en su departamento: compró un busto de bronce, decoró las todas las paredes con pentagramas seleccionados de diversas obras del compositor, compró un piano y lo mandó pintar del mismo color y tono que aquel en donde el artista alemán, compuso gran parte de su legado musical.

Una tarde de sábado, Adela invitó a su madre a su departamento para comer juntas. Cocinó pasta y preparó ensalada con queso de cabra. Ya en la noche, le compartió a su mamá que iba a dar su primer concierto y tocó para ella la Fantasía en Do mayor, opus 17 de Schumann. Cuando finalizó la ejecución, su madre lloraba y ante el desasosiego Adela, quien la miraba asustada le dijo:
-Tu padre ponía esa música, siempre, en el tocadiscos. Cuando se murió en ese maldito accidente, tú tenías apenas 2 años. Tiré todos sus discos y ahora, hija, estamos juntos, de nuevo, los tres.

Ciudad de México, enero de 2016.  

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