Agustín

PIZARRON

Yo vine aquí para echar bala, no a perder el tiempo con esa mierda, dijo Agustín. Estaba recién llegado al pequeño campamento guerrillero ubicado temporalmente en algún lugar de la montaña. -Pues si no se aprende las letras, no va a echar bala. Las puras balas sin las letras no sirven.- le contestó Teo, quien estaba al mando del campamento. Agustín se había negado a hacer la tarea de la i, por lo que Teo ordenó que no se le diera su ración de carne durante la cena. Por cinco días  Agustín mantuvo su negativa; comió sólo arroz, frijoles y un plátano sancochado; al sexto, a regañadientes hizo la tarea de la i. Esa noche recibió  doble ración de carne.

Dos semanas después, además de aprender el arme y desarme del rifle Garant y el AK- 47, había hecho tareas de todas las vocales y algunas consonantes. El maestro Juan lo creyó listo. Le pidió que pasara a la pizarra y escribiera su nombre.

Sorprendido, Agustín miró la pizarra como un gran vacío al que tuviera que lanzarse. El gis en su mano temblaba, pero una vez que entró en contacto con la superficie, parecía ya no querer separarse. Se desplazaba con gran cuidado, como no queriendo molestar, no escribía, pincelaba con pequeños trazos las formas de las letras acariciando las redondeces, limpiando suavemente con los dedos las líneas que se le escapaban, repitiendo lo que no quedaba. Antes de iniciar una nueva letra, se detenía como tratando de recordar lo que se decía cuando aprendió a escribirlas: La pancita de la a, la cola que le agregaba para dibujar la g, el columpio de la u, la viborita de la s, la cruz larga de la t, la i con su gorrito, el puente de la n.
Al terminar, miró interrogante a Juan. Éste le pidió que leyera lo que había escrito.
-a a ag u ss t t  i  nn
Lee de nuevo, dijo Juan.
– a ggu s t ín.
– Otra vez.
– agus tín.
– Ahora todos van a leer en voz alta lo que escribió su compañero en la pizarra.
– AGUSTÍN.
– Otra vez.
– AGUSTÍN.
Abriendo tamaños ojos, Agustín miraba a los compañeros leer lo que él había escrito.
Su boca se fue desplegando en una enorme sonrisa.
Soy yo, balbuceó para sí.

Acerca de Rosamarta Fernández

Léa también

INSTANTE

  U  n instante de placer ante los últimos estertores del atardecer que se desangra …

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *