Coma

coma

Se los dije: al principio era un sentimiento difuso, después fue claramente vívido, angustiante. Yo estaba en la penumbra. Una luma gimoteante de luz apenas alcanzaba a iluminar el paisaje árido, reseco.

Unos cactus generosos de espinas se erguían desafiantes. Me sentí con la urgencia de orinar. Mi vejiga me enviaba un mensaje concluyente: gotas se escapaban por entre mis piernas. No tuve necesidad de bajar unas bragas inexistentes. Caminaba desnuda. No había impudicia. Me puse en cuclillas y dejé que el líquido caliente fluyera. Fue –y eso lo puedo asegurar–, una sensación placentera y prolongada. Prolongada. Tiempo indolente. Casi eterno. Mis pies se mojaban. Alboreaba. Unos pájaros negros levantaron el vuelo.   El líquido cesó. Me incorporé y volteé mi cabeza: un lago había salido de mis adentros. Sentía plenitud, ganas de gritar, de expandir mi pecho. Una palabra me obsedía: excidio, excidio, excidio.

De pronto, el cuerpo de la mujer brotó a unos metros de donde yo estaba. Daba brazadas con desespero. Su cabellera larga y bruna era golpeada por el viento. La mujer alargó su brazo. Alcancé a escuchar, casi un susurro, el: “¡Ayúdame!”. Lancé una mirada alrededor, no había nadie. Sólo estábamos ella y yo. Ni siquiera intenté salvarla. Un placer extraño me inundaba. Vi cómo su cabeza se hundía, cómo el brazo era devorado por las aguas, cómo el puño se cerraba hasta desaparecer. Quise moverme, huir. No pude. Algo me lo impedía. Observé mis pies. Unas raíces gruesas los acordonaban, y fue ento

nces cuando una especie de alarido dilaceró mis carnes. Los nudos brotaron, la piel se engrosó, con perplejidad hundí mis ojos en la imagen que el lago me devolvía: me había convertido en árbol. Alguien adentro de mí gritaba.

El alarido no encontraba salida. Fue la desesperación lo que me hizo despertar. Mi respiración jadeante y la piel cubierta de sudor. Me levanté. Abrí las ventanas. Los rumores familiares me calmaron. Volví a la cama. Recogí la novela con la que me había quedado dormida, Díalogo del avestruz.

El remanecer de la palabra me golpeó la cabeza: excidio, excidio, excidio. Hojeé el libro. Ahí estaba. La había encerrado en un círculo. Sabía su sentido de una manera vagarosa. ¿Destrucción? Algo así. No quise buscar el significado en el diccionario que guardaba siempre debajo de la cama. Usted ya lo sabe, las palabras me obsesionan. Juego con ellas. Trabajo con ellas. Las uso y las adoro. Tan sólo una palabra puede despertarme una historia. Por eso, cuando encuentro una que me atrapa, la anoto en esta libretita que siempre traigo conmigo. A veces, la contigüidad entre ellas me permite intuir la historia que quieren contarme. Escuche, por ejemplo, las que tengo anotadas en la última hoja: feérico, proficuo, climaterio, introito, presagio, defección… ¿No cree que podría salir una buena historia con todas ellas? ¿Lo duda?

Cada quien tiene su sistema de trabajo. Yo soy escritora. Necesito de las palabras para crear. Sin ellas estoy desnuda.

coma 2
Luis Granda

Y usted también las necesita, no me diga que no. Yo pude reconstruirle mi sueño con palabras. Traté de encontrar la palabra justa que expresara lo que sentí. ¿Se fija cuántas veces he dicho la palabra “palabra”? Me hubiera gustado escribirle el sueño. Así hubiera evitado los anacolutos y las repeticiones. Una sintaxis limpia –sí, eso, limpia– es la mejor manera de entenderse. Yo procuro expresarme sin tropiezos. Por eso intento pensar bien lo que quiero decir. Me desespera estar con gente que manotea intentando encontrar las palabras para explayarse. Por eso me adelanto y las digo. Es casi como darle de comer a un bebé. No es un acto de soberbia.
¿Qué pienso de mi sueño? Ese “qué” sonó cacofónico.

La “Q” es una letra áspera, dura, callosa; no sé si me gusta su sonido. En cambio la “M” es balsámica, llena de dulcedumbre. Y no es porque se encuentre en la palabra “MAMÁ”; a cualquiera, por los tabúes que nos circundan, podría parecerle una de las palabras más plenas, más entrañables, pero yo sé bien que no es así. La palabra “MAMÁ” es un escudo, detrás de él puede refugiarse el ser más sórdido que pueda encontrarse.

Un vientre fértil no es salvaguarda para los sentimientos más viles. ¿Usted cree que ser “MAMÁ” significa ser buena?
¡Ah, sí!, de mi sueño. Asociación, ¿así lo llaman? Usted me preguntó por el sentido de mi sueño. Para mí es tan claro. Ésa era yo, pariendo un lago. Siempre he estado sola. Mi vida ha sido yerma. Pero yo estaba preparada para ser alguien grande. yo podría haber sido más grandiosa que ella misma.
¿Ella? ¿Que quién es ella? ¿A estas alturas me pregunta? Ella, mi madre. La supuesta mujer llena de atributos, la admirada, encomiada y maravillosa escritora. ¿Usted cree que lo que hizo conmigo tiene justificación? Me encerró durante años. No quería que el mundo supiera que yo era superior, magistral.

A ella le fue fácil el éxito; ¡y cómo no!, escribía sobre los temas tortuosos, despertaba esa curiosidad patológica de la gente. Sus novelas las sacaba de la nota roja. Ése era su aliento: la carroña. La hez de la sociedad, pura hojarasca. En cambio, yo me he dedicado a escribir cuentos para niños. ¿Una actividad reparadora? Tal vez usted tenga razón.

Yo no tuve infancia, cómo iba a tenerla, ya se lo he dicho. ¿Para qué insiste? ¿Acaso quiere confundirme? Yo no olvido. Tengo una memoria privilegiada. Y no hay que olvidar. Recuerdo de un filme –de esos lacrimosos hollywoodenses– la frase que una de las protagonistas dice ya casi hacia el final del drama: “No hay que perdonar lo imperdonable”. ¿Y sabe qué? Yo jamás la perdoné a ella.

No me gusta nada la forma en que expresé mis pensamientos. Un parágrafe muy largo. A mí me gustan las pausas, hacer hincapié, cuando hablo, en donde iría una coma, un punto y seguido, un punto y aparte. Los puntos suspensivos no me agradan, siempre ponen tres. Un triángulo. La promiscuidad en los signos de puntuación. Los usan como relleno, es casi como el “etcétera” cuando ya no saben qué decir.

Sí. A mí me gusta hablar, pero prefiero escribir. Así no repito las palabras. Y si se fija no hago uso de las muletillas.

Es repulsiva la manera en que muchos hablan. Y, ¿qué me dice de la dicción? Hay quienes poseen una dicción canallesca. Les deberían cortar la lengua. ¿Cómo se llamará esta operación? Tengo que buscar la palabra; porque clitorectomía es cuando le cercenan a las mujeres el clítoris para evitar el placer. ¡Claro!, es que es una especie de lengua a tráves de la cual el placer de las mujeres puede hablar. Porque no me va a negar que el cuerpo habla.
¿La mujer de mi sueño? ¿La que se ahoga? Soy yo desdoblada. Es un sueño que tuve varias veces. Casi puedo decir que premonitorio. ¿Por qué siento placer al ver que me ahogo? ¿Por qué no quiero rescatarme?

Yo podía haber sido excelsa. Ella me echó a perder. No quería que yo brillara. Mi inteligencia era fúlgida, todos lo decían. No lo pudo soportar, por eso me encerró. Quería robarme. A veces se acercaba, me acariciaba la cabeza cuando suponía que yo dormía. Cualquiera hubiera creído que era ternura, yo no. Es difícil que alguien pueda engañarme. Ella ansiaba apoderarse de mi inteligencia. Siempre la engañé. Nunca guardé mi inteligencia en la cabeza.

Ya se lo dije antes: el cuerpo puede ser depositario de muchas cosas. Mi mayor tesoro era mi inteligencia. Tenía que estar alerta. Hacerle creer que no me daba cuenta.
Ella se deshizo de mi padre, lo mató paulatinamente. Dijeron que era cáncer. Yo, por supuesto, supe la verdad. Mi padre siempre se cuidó. Él no hubiera permitido que nada me pasara. Usted se parece a él, ¿ya se lo había dicho? Sí, más que su físico es esa manera de hablar, de entrecerrar los ojos cuando se quita los lentes; el gesto adusto cuando digo algo que lo desconcierta. Usted es un libro para mí, puedo leerlo. Así era él: transparente. En cambio, mi madre, un ser obscuro, turbio, corroída por la envidia. Un viejo escritor, decía que la envidia es el dolor por el bien ajeno; y mi madre me envidiaba. Ella sólo se nutría de mí. Solía anotar los sueños y las ideas que yo le relataba. Y lo hacía con dolor, se veía claramente que hubiera deseado tener esos sueños, producir esas ideas.

Yo he llegado a pensar que estaba poseída. Y mire que no creo en Dios ni en esas cosas, pero no es posible que alguien pueda abrigar tanta maldad. Así como se deshizo de mi padre también se deshizo de mi hermano. ¿Quién, dígame usted, se muere de un ataque de asma en estos días? Mi hermano bello, amoroso. Pero la vida se cobra todo, es la ley del talión. ¿Lo ha leído en la Biblia?

Me quería sólo para ella. Quería robarme.
¿Qué en el sueño ella es la otra mujer? ¿Qué yo la dejo morir? ¡Ay, lo creía más sutil, más elaborado! Es una interpretación muy simplista. ¿Usted piensa que alguien con mi inteligencia pueda tener sueños tan evidentes, tan simples? No, yo creo que soy yo, desdoblada. Ahogándome en este encierro.

Mire, a usted se lo puedo decir, ¿conoce el género de la confesión? Le voy a confiar algo que a nadie le he dicho, pero usted me inspira confianza, usted es distinto a todos. ¿Sabe por qué golpeé a mi madre con ese abrecartas hasta hacerla dormir?

Acerca de Tania Rodríguez

Léa también

INSTANTE

  U  n instante de placer ante los últimos estertores del atardecer que se desangra …

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *