Cristina

El escándalo del vecino no le permitía concentrarse. Esos malditos conciertos ejecutados por la Argerich, a todo volumen, le ponían los pelos de punta. Aunque, sí, había que reconocer: en ciertos momentos podían agradarle, algunos, no todos; el tercero de Prokófiev, pero no ahora, no en un instante de tanta tensión. Carajo.
—¡Vecino! ¡Caramba! Module usted el volumen de su música—gritó Cristina, asomando una buena parte de su humanidad por la ventana.
—Por el amor de Dios Cristina, ¿acaso quieres meterme en problemas con el vecino? ¿Qué te pasa? Te vas a caer por la ventana… y… ojalá, del golpe quedaras muerta y ya, listo, se acabó la historia, pero no, claro que no, te garantizo que no te vas a morir y, lo que sí, es que vas a quedar parapléjica o algo peor.

 
—Cállate cobarde. Eres el señor no muevo nada para que no pase nada— vociferó Cristina a su esposo, mientras lo señalaba amenazadoramente con los dedos índices de ambas manos. La música orquestal dejó de escucharse, el silencio ocupó todo el espacio disponible; no obstante, la tensión continuaba en el ambiente, casi se podía agarrar.

 
Resuelta como pocas veces en su vida, Cristina hurgó en su teléfono celular de teclas alfanuméricas inmensas; al fin encontró el número de su hija, la mayor; oprimió la tecla de color verde y esperó.
—¿Qué pasó mamá? ¿Todo está bien? Me agarras muy ocupada, imagínate, aquí estamos en la locura total porque los niños van a salir en la pastorela que se organizó en el edificio; van a participar todos los niños. Y se tomó la decisión de hacer una cena navideña multitudinaria, con todos los vecinos. No vamos a poder ir con ustedes, hasta, yo creo, el 26. Pero mamá, desde temprano ya estaríamos el 26 con ustedes.
—Tu papá y yo nos vamos a divorciar.

 
—No puede ser mamá. Estás loca, ustedes ya son muy grandes para divorciase. Imposible. Pásame a mi papá. No puede ser. Nos van a destrozar la vida. Van a destrozar las fiestas. ¿Cómo vamos a recibir el año nuevo así?
—Sí puede ser. El abogado nos traerá los papeles para firmarlos el miércoles. El miércoles 21, pues sale de viaje en navidad y regresa hasta el próximo año. Así ya tendrá los papeles firmados para presentárselos al juez. Nuestro abogado. Para nuestro divorcio. Este próximo miércoles.

 
Minutos después, Cristina buscó en su teléfono celular de teclas alfanuméricas inmensas el número de su hijo, el menor. Oprimió la tecla de color verde, esperó y cuando fue contestada su llamada, le comunicó lo mismo que había comunicado ya, a su hija mayor en la anterior llamada. De forma un poco atropellada, pero su plan estaba en marcha. A continuación fue a la recamara principal; sobre el buró del lado derecho estaba el teléfono celular de su esposo; lo tomó, se dirigió a la ventana y lo aventó. Después fue al cuarto de servicio, buscó y encontró unas tijeras de pollero con las cuales cortó el cable externo de la línea telefónica terrestre de la casa. El único medio de comunicación con el exterior, era su teléfono celular de teclas alfanuméricas inmensas.

 
—Listo, ya hablé con los niños. Por favor, ayúdame a poner y adornar el árbol, tenemos pocos días para tener todo listo para la cena de navidad— dijo Cristina a su esposo.
—¿Qué tan correcto es mentirles para que vengan?
—Quizá no haya más navidades para nosotros. Cuando estén aquí les diré que mentí y que es una porquería no verlos en tantos y tantos días y… no me importa un carajo, quiero estar con mis hijos, todos juntos, una vez más. Ojalá el vecino ponga su música otra vez para que te actives. Pareces una estatua.

 

Por la noche acostada en su cama, con su esposo dormido a su lado, Cristina repasó imágenes del pasado, todas en blanco y negro. Sonrió y después se quedó dormida.

Ciudad de México, diciembre de 2016.
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daniel-rodriguez
Isabel Varona

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