El collar de perlas

Para: Doris, lectora resignada de mis relatos.

Quien por fin, disfruto las cuentas de este collar.

collarTengo un amante, dijo. Te quedaste perpleja. La insolita revelación aquietó el jugueteo de tu mano, por encima de tu largo collar de perlas. Tu rosario de rica, como solías decir.

  La observaste con detenimiento. Celeste evitó mirarte. Se habían citado en este café tan querido por ambas, donde podían vagabundear las miradas sobre las portadas de los libros dispuestos estratégicamente. Alzaste el brazo para tomar el libro que se encontraba más cercano. Era de una autora chilena, recientemente descubierta. Leíste el título en voz alta: “Nosotras que nos queremos tanto”. Tu voz resultó desconocido pozo de tu voz. Celeste enarboló una sonrisa displicente mientras tú tratabas de encontrar las palabras, en la telaraña, en que se había convertido tu mente. Despegaste algunas con el miedo y asco de su contacto.

-¿Lo conozco? – lograste balbucir.

  Su “No” rotundo y seco profundizo, profundizo el abismo que ya empezabas a vislumbrar, después de esa mañana. Conocías a Celeste. El precio que tenias que pagar por una confidencia suya, era el silencio y el distanciamiento de meses. Nunca lo entendiste. Pero así era. Compañeras en la universidad, junto a las largas noches de lecturas dispersas Calvino, Cohen, Camus. Iban trenzando una relación inequitativa: tú, a decirlo todo, ella a esbozar alguna historia de familia, apenas.

  Quisiste aligerar el peso que caía sobre ti. Juzgar con las palabras. Tomaste con prisa el resto del café ya frio.

-Le pone títulos que suenan a bolero.

Celeste te miro con recelo.

Su voz fue ríspida  -¿No es a que te refieres?

Te reíste con nerviosismo.

-Me refiero a la escritora chilena, que te decía antes. Otro de sus libros es ‘’ para que no me olvides ‘’ . Dime si no te parece una frase de bolero.

Era una salida absurda. Lo comprendiste cuando viste su boca enfurecida. Pero algo que iba creciendo adentro de ti, te impedía posarte en las frases que pugnaban por brotar.

  Tu mano nerviosa se enredó nuevamente en tu collar de perlas.

-Tengo un amante, tengo un amante ¿me escuchas?

Los ojos de la pareja que estaba en la mesa de junto sobrevolaron por la mesa de esas cuarentonas, ávidas de adrenalina y perfume ‘’ Envy ‘’ .

-No grites – masticaste la frase, ya te oí. El jalón con que acompañaste tus palabras, rompió el delgado hilo de tu collar. Las perlas se desperdigaron por la mesa y el piso. Entre Celeste y tú, un mesero solicitó y otra mujer de una mesa cercana, recogieron las cuentas de tu collar. Las pusiste en el fondo de tu bolsa negra. Sabias que tenias que haberlas envuelto, protegerlas; las perlas eran vivas, decía tu hermana, se mueren cuando no las cuidas, pierden su luz.

  Pediste otro café. Brownises , un pedazo de cheese cake y una bola de helado de cajeta. Querías comer. En ese momento el agujero de tu estomago era ingente. Tenias que llenarlo con algo. Aprisa. Llenarlo. Plenitud bulímica. Pasarías después por el pastel de coco, te lo acabarías con un litro de leche.

La tristeza podía esperar. ¿Era tristeza? No, no deseabas en grande. ¿Miedo? Un poco. ¿Desconfianza ?

  No habias leído todos los indicios de los últimos meses: la operación de pechos, la liposucción, el tatuaje de las cejas, las cremas untuosas del cuerpo, la lencería seductora. ¿Cómo se te había escapado el lenguaje inequívoco del juego amoroso ?

Bastaba ver tu cuerpo. Aquellos kilos de más, las canas que pespunteaban tus cabellos, la falda larga, el suave trazo de tus labios rosados, las pequeñas e insidiosas arrugas que empezaban a aparecer en las esquinas de tus ojos.

Desconociste a un más tu voz.

-¿Y Alberto ?

-No lo sabe. El es su amigo.

El. No te dijo su nombre. Ese, el te penetro como bisturí.

-¿Lo amas? acertaste a preguntar.

-No. Es química. Cuestión de cuerpos.

De piel ¿Me entiendes?

-¿Y con Alberto?

Un gesto triste.

-Es como acostarme con un tío.

Muy querido, si, pero un tío.

-¿Y las niñas?

Se rio.

-Están muy bien gracias. No tienen por qué enterarse. Tienen una mama renovada, estimulada y viva…

  En la medida en que hablaba tú percibías su transfiguración. Era un rostro que desconocías.  ¿Pero acaso lo habías conocido alguna vez? una amiga común solía decir de Celeste que era ‘’ recovecuda ‘’ . Alguien llena de recovecos y de agujeros por donde solía escabullirse.

  Nunca había sentido esto. No creí que mi piel hablara. Pero habla. Adquiere otra textura. Es la misma sensación que tengo cuando corro. Siento un aleteo …

  No podías seguirla escuchando. Separaste tu cuerpo de tu pensamiento. Tenias que pasar por el queso feta que tanto le gustaba a Jose, enviar la ropa de la tintorería, comprar el libro que Dehesa recomendó, en tu clase de los martes, comprar los geranios, para las macetas de la entrada.

-Ten cuidado – le dijiste.

Te levantaste, arguiste la salida de la escuela de los niños.

Se te hacia tarde.

Quedaron de verse. La próxima semana, algo así te dijo.

  Saliste con prisa . En el coche , recordaste que no habias pagado la parte de tu cuenta. Algo establecido desde siempre .Despues se lo dirias . Le debias una disculpa .

  Cuando llegaste a tu casa te tranquilizaste ahí estaba Jose . Buscaste su contacto . Tenia un regalo para ti . Veinte años de haberse conocido . Eso había que festejarlo . Tu viaje a la india . Dos semanas y estaris en el país que ocupaba tus lecturas desde hacia años .

  Ese mes que pasaste embriagada de colores, tropezando en cada rincón con hombres ‘’ vestidos de espacio ‘’ y miradas muy fuertes, imágenes de bailarines cósmicos, vacas ciudadanas de las calles, comidas picantes y olorosas, diluyeron el recuerdo de Celeste.

  Le enviaste algunas postales con el deseo de que se extraviaran. Un nuevo encuentro era inevitable. Te oíste mentir como nunca: dentista, ginecólogo, junta en l escuela, los pretextos se agotaban.

  Tenias que verla. Ya no en el café. Escogiste Plaza Loreto. Podían ir al cine después.

Delgada, guapa, segura, entro en el lugar.

El beso de rigor. Ojeras, que ni siquiera el corrector lograba ocultar.

Hablaste de tu viaje. Te escuchaba sin entusiasmo.

-Tengo que dejarlo…

Su interrupción almidonó tu sensibilidad. No la escucharías. No querías esas confidencias. Vulneraba tu seguridad.

Que viviera su “encuentro de epidermis” lejos de ti. No quería salpicarte.

  -¿Recuerdas cuando vimos la película de ‘’el imperio de los sentidos ‘’? al salir me dijiste que demasiado Eros atrae el Tánatos. No puedo evitar verlo cada día es como ahondar en una adicción. Tapaste tus oídos.   Ulises femenino. Sirenas perversas. Cera en tus oídos. Mira como mueve los labios mudos. No oyes, no oyes nada. Sus lágrimas caen sobre el plato. El almidón de tu corazón se desintegra. Cae la cera de tus oídos.

  Le sugieres que se vaya a ver a la Dra. Di Pardo, una excelente psicoanalista. Celeste ríe. Se te olvida que no cree en ‘’eso ‘’ como despectivamente la has escuchado decir innumerables veces.

  Eres franca. Tratas, al menos. No sabes cómo ayudarla. Se lo dices. La confidencia te escuece. Y verla así, extraviada, enloquecida de piel, te sublema más. Que te perdone pero así es. Ya no recuerdas lo que dices.

  La invitas al cine. La película está basada en una novela leída por ambas. ‘’ Malena es un nombre de tango ‘’.

Se rie , es una risa suelta como las de antes.

-Celeste es un nombre de crisis , dice.

Festejas su humor . Al llegar a la taquilla se enteran que los boletos están agotados .

Una colmena de jóvenes las empuja .

  Celeste te comenta que parece que ya no tiene cabida, los jóvenes invaden todo .

-Son como lepra – concluye .

Le dices que eso se llama envidia .Son pieles tersas .

Nunca la habias visto intolerante .

Abre su bolso , extrae unas pastillas . Alcansas a leer ‘’ Prozac ‘’ .

Celeste encuentra tu mirada.

-Mi vida antes y después de ‘’Prozac ‘’ .

Has oído hablar del producto. Es un antidepresivo que esta de moda.

  Te percatas que tus amigas, casi todas, toman o antidepresivos o pastillas para bajar de peso.

‘’El valle de las muñecas ‘’ piensas.

Mira que venir a recordar una lectura de adolescencia.

  La última imagen que te queda de Celeste es su cuerpo esbelto perdiéndose entre la colmena de jóvenes.

  Anoche lo supiste Jose te dio la noticia. Quisiste gritar. Le pediste que no fuera cruel, que no era cierto. Celeste estaría ahí, en el café de siempre, con su risa, sus comentarios mordaces, su figura elegante, estaría ahí sin pieles adheridas, sin pechos voluptuosos. Estaría sola, única irrepetible.

Celeste ,Celeste ,CELESTE, no es un nombre de muerte.

  No has  querido verla. Prefieres recordarla como antes. El rostro de la muerte no le queda bien a nadie. Traerla a tus sueños como era. Alberto te pidió hablar, pregunto si sabias que Celeste tomaba somníferos. Moviste la cabeza. Un gesto escueto. No sabias.

Ahí están todos los amigos comunes, los hermanos de Celeste. El féretro cerrado.

  Ves una pequeña mujercita que se acerca. Anadando llega al ataúd, quiere alcanzar la tapa, no lo logra. Es enana Te preguntas, de donde pudo salir. No la conoces. Sus esfuerzos desacompasados te inspiran hilaridad. Te muerdes las mejillas. No quieres reírte. No, en el velorio de Celeste.

  Alberto te mira. Rehuyes de su mirada, sientes también los ojos del hombre que lo acompaña agarrándolo del brazo.

  Ojos fieros, no lo conoces. Insiste en su mirada. Tu no sabes qué hacer. Abres tu bolso.   Hurgas en él. Suelto, quizás encuentres un kleenex. Siempre traes. Necesitas sacudirte el dolor. Arrancarle el hielo a los ojos. Tu mano, huronea, busca, tienta. En el fondo, la sientes. Unas pequeñas cuentas se enredan entre tus dedos. Se mueren, piden su luz, piensas.

  Los ojos del hombre, inquisitivos, te observan.

Acerca de Tania Rodríguez

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