Panóptico

En su celda, por las noches se masturbaba. Era lo único que le devolvía un poco de humanidad después de las jornadas interminables de interrogatorios y las golpizas acompañadas de insultos soeces y amenazas que buscan desmoronar la dignidad.
Para engañar al dolor, José Juan imaginaba los pechos generosos de Lola, su mujer. A ojos cerrados evocaba la textura de sus pezones entre los labios, las pequeñas hendiduras reveladas por la lengua, el olor a jabón perfumado cuando su cara desaparecía en la hondanada profunda que los separa, sus grititos de placer a boca tapada para no despertar a los hijos, la mano de ella bajando el cierre de su pantalón, buscando a tientas la dureza sospechada hasta encontrarla, y entonces, la caricia suave, va y viene, va y viene, que la acrecienta.
Imaginaba sus propios dedos ásperos, callosos, yendo con cuidado a buscar en la entrepierna de ella los tejidos blandos, delicados; insistir justo ahí  donde se generan los gemiditos y se acelera la respiración. Prolongar sin prisa la caricia mutua, reiterada, con la confianza que dan los años de desearse y de tenerse.
Esa vez, sintió algo extraño,  una presencia, una mirada. A su alrededor, sólo los muros; cerrada la ventana por la que introducen los alimentos. Me sube la paranoia, pensó y terminó de hacer,  acallando con la mano el gemido liberador.
Era cierto, el ojo muerto de una cámara oculta tras la celdilla del respiradero registraba todo lo que hacía y a decenas de metros, en la torre de vigilancia óptica, Ramón, custodio vigilante, seguía todos sus movimientos, mientras su propia excitación crecía. No era el único reo que se masturbaba, de hecho todos lo hacían, pero era la manera en que Ramón imaginaba lo que imaginaba el otro tras esa sonrisa leve que le brotaba a pesar de la reciente tortura. En el monitor lo veía llegar a la celda desfallecido, sosteniéndose el vientre, cojeando de tan dura la golpiza. Como un acto de negación o de  rebeldía, con una expresión de rabia, José Juan empezaba a masturbarse hasta que cerraba los ojos y aquella sonrisa aparecía. De tanto mirar, a Ramón se le fue metiendo la ternura y el deseo. Durante el día evocaba con placer anticipado el inicio de su turno en la torre para emprender el viaje hacia la imaginación del otro, mientras él también se masturbaba.
La noche de ese miércoles José Juan llegó más tarde a su celda, sin rastros de tortura, casi contento. Esa noche no se masturbó. Ramón supo luego que por falta de pruebas,  había obtenido la libertad condicional. ¿Para cuando? Preguntó. Es inmediata le respondieron. A la mañana siguiente, aunque los custodios de la torre tenían prohibido acercarse a la población, Ramón se las ingenió para esperar en el pasillo de la crujía M. José juan salió de su celda guiado por un custodio.  Vestía su ropa y llevaba el pequeño bulto de sus pertenencias. Al pasar junto a Ramón, la mirada fija de éste lo contuvo, como si fuera a decirle algo. ¿Qué pasa? Preguntó. Nada, buena suerte, le respondió.

que le propinaban, siempre
buscando

(Se enamoró.)(Ramón se enamoró. Así de a poquito, se le fue metiendo la ternura y el deseo.)

(hundía la cara en la profundidad de la hendidura que los separa de su pelo,)
atraer el placer y
de cable detrás de ella.

rosamartha
Francisco Toledo/ 1963-1964

Acerca de Rosamarta Fernández

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