Tristeza sobre el ombligo

La historia es árida en estos días.

Lo alternativo es una serpiente

que se muerde la cola.

Mi única esperanza es tenue

y violeta.

Y de pronto me cargo hacia ti,

pidiendo o deseando

lo que tú no has prometido o mencionado.

Has sido honesto conmigo,

no puedes dar lo que no conoces,

me das todo lo que puedes:

tiempo, compañía, sexo intensivo,

pero no te importa lo que siento,

lo que escribo.

Me das todo lo que puede dar un hombre

que no me lee,

un hombre que cree que basta con acciones

que las palabras no sirven.

Sé que no ves más allá,

que no te interesa

el caleidoscopio de nubes, tormentas y colores

que hay dentro de mí.

Somos tan terrenales, tan otra cosa,

y se me hace un nudo de rabia, de lágrimas

en la garganta, en el ombligo,

y sé que callarás, que te enfurecerá este reclamo.

Me siento estúpida, contradictoria,

cuando me tratas como a un pequeño regalo

que es precioso y salvaje.

Y me choca mi vulnerabilidad,

me siento enferma de circunstancia.

Yo soy la excedida, la poeta,

la que espera milagros en todos lados.

Yo soy la que sobra, la que no pudo contigo,

la que no está a gusto.

No me gustan estos días.

Sólo quisiera irme de todos lados, elegir la fuga.

Necesito certezas en alguna parte de mi vida.

Aquí no habrá.

Tú no me darás nada. No puedes. Yo tampoco.

No puedo ahora. Y nunca.

Ser liviana. Leve.

No seré la que tú quisieras.

Y se me acaban las ganas, la intención de ser buena,

de ser tu heroína romántica,

al saber que no pasaré de esto,

de este no saber que soy,

que fui para ti.

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Acerca de Carmen Saavedra

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