Un buen guión

Para Ivonne,
la de ayer, la de hoy, la de siempre

lieberman
Ilán Lieberman. Las apariencias engañan. Exploraciones a partir de la fotografía en México.

Los espacios son inmensos para alojar la melancolía”, qué hermosa la frase. Buena para epígrafe. Autora cubana. Qué bien escriben las mujeres. Y pensar que aquí estoy yo, atrapada en el guión que tengo que presentar en quince días.
Linares fue terminante, pero mi historia del general no termina de gustarme. Algo le falta. Los caracteres están desdibujados, tendré que afinar más los diálogos. Definitivamente soy de teatro.

Soy verborreica. Bueno, eso es en el trabajo escritural, porque en la vida diaria no siempre suelto prenda. Qué fea expresión, será porque es lo que me dice Fernando, y la verdad me tiene fastidiada. Tribulaciones tengo; esa palabra me remite a Musil. Qué horror con los escritores, ya no le dejan nada a uno.

Desasosiego, Pesoa. Crónica, García Márquez. Laberinto, Borges…
Yo con tanto trabajo y a mi amiga Ivonne se le ocurre venir ahora. Cuántos años sin vernos. Y no está tan lejos, pero Sudamérica en estos momentos es como decir China. Total, no tengo para viajar a ningún sitio.

Estoy presa. Ya ni siquiera puedo ir a Valle de Bravo; con lo caro que está todo. Y para colmo, la hipoglicemia, ¿o es hipoglucemia? Ya ni sé. Tendré que preguntarle al doctor Gitler. Me siento cansada todo el tiempo. Es cuando más como, ya no me reconozco. Mi cintura ha desaparecido. Como por angustia, lo sé. No necesito ir con un psicoanalista para que me lo diga. Qué mal me siento. Pensé que al salir de Sogem tendría más trabajo, no hay nada.

En los periódicos buscan escritores con experiencia, no a los bisoños como yo. Mejor hubiera estudiado Medicina. Estaría abriendo panzas con placer. Fernando dice que tengo vocación de chofer de ambulancia, “andarías feliz recogiendo heridos”. No entiende que mi interés es netamente profesional. Los crímenes que leo me ayudan a mantener la inspiración. Algún día escribiré una novela negra, como mi consciencia. Hoy leí en el periódico que están convocando de la PGR. Estuve tentada, ¿seducida?, a presentarme. Pero no resulte yo involucrada después en una historia tremebunda como la de esa mujer amante del Rasputín, del expresidente Salinas. ¡Qué horror!

Debe ser mi karma, algo estoy pagando. Ojalá que creyera en esas cosas. Ivonne se burlaría de mí. “Otro muertito”, diría. Yo sé que no le gustan mis historias. “Anda que coleccionas cada historia que para qué te cuento”, era su frase preferida.

Y bueno, si por lo menos las pudiera escribir, pero nada, me la paso contándoselas a quien me quiere oír. Ya estoy como Bernardo, el personaje de la Woolf que seleccionaba frases y las anotaba para la novela tan anunciada que nunca escribió.

Mañana tengo que pagar la renta, la viejita ladrona no me espera. Si Gaby llega de Campeche le pediré prestado; con lo ordenada que es, siempre tiene algún dinero guardado. Y pensar que esta casera no me deja ni clavar a gusto, se la pasa espiándome. Vida vicariante. ¡Qué flojera!, pobres viudas, toda la vida como sombras del marido y cuando se les mueren no encuentran qué hacer con sus vidas… y en la India que las quemaban junto con el muerto.

Quién sabe qué será peor. ¡Pucha! No vaya yo a resultar una misógina. Sólo eso me faltaba. Aunque quién sabe, me ha tocado competir tanto con las mujeres que ya hasta desconfío de mis amigas. Lo que es a Lucrecia no la dejaría, ni muerta, con Fernando.
Estaría bien cambiar algunos personajes, cambiar el nombre del general… Ya  ni siquiera puedo discurrir a gusto.

Este guión me va a matar. Ni logro avanzar ni alcanzo a distraerme con otras cosas. Eso sí, desde ahora sé que lo voy a matar. Al final, claro, lo mataré. Dicen que no estoy a gusto si no aparece un ataúd en mis cuentos. Será porque le tengo tanto miedo a la muerte, ¿o seré necrofílica? Definitivamente no sé, pero algo me hace que busque la muerte de mis personajes. Tanática la muchacha.

Si algún día entrara a análisis lo haría con un junguiano. No soportaría que me estuvieran desmembrando, interpretando y todo para llegar a la conclusión de que tengo fijación por mi padre y odio hacia mi madre; es lo que siempre me dicen.

Tengo hambre, y sólo quedan las sardinas del gato. Debí de prever que me pasaría esto, tal vez Linares quiera darme un adelanto por el guión.

Jung. Qué interesante debe ser eso, eso del inconsciente colectivo. Ahora que tenga dinero voy a comprar unos libros. Tal vez me convendría el que habla de la sombra; nada pierdo. Así en el próximo guión puedo poner la relación de una paciente y su psicoanalista.

Ya tengo que ir por Ivonne. ¿Cómo me verá?, me da vergüenza que me vea tan gorda…

Ahora Fernando que ni se me acerque. Cómo son los hombres, debí haber desconfiado más. Qué trago amargo el que he pasado, y todo por no estar sola, más me valdría estarlo. Lo bueno es que Ivonne ya se fue. No le dije nada, ya suficiente tenía con lo suyo. ¡Qué asunto!

Desde hoy, para mí Fernando es un difunto. Eso, un difunto. ¡Qué grueso! Pero, ¿qué me pasa? Tenía que haberlo sospechado desde un principio: a estas alturas del partido y que me dijera que mejor no, que teníamos que esperarnos; y yo de ofrecida. Es lo que más rabia me da. Cómo debe de haberse reído. Y él que me decía que soy perversa sólo porque me gusta ver crímenes e indagar en las noticias policiales. Lo peor es que no puedo llorar. Tengo ganas de pegar un alarido, pero la vieja me corre. Un alarido en medio de las tres de la mañana.
Si a Linares no le gusta el guión, ¡me vale!   Que se lo encargue a otro. A ver quién quiere trabajar en esas condiciones…

Ojalá que venga pronto por sus cosas. La chamarra asquerosa no la quiero ni ver. Le voy a meter todo en una bolsa de basura. Lo único que me da lástima es la biografía de Nietzsche que ni siquiera he terminado, y tener que devolvérsela. Pero está muy gorda, ni modo de robármela en la Gandhi. Un abrigo grueso y con los calores que están haciendo, sospecharían.

Qué indigna soy. De ese maldito no quiero tener nada. Pero… ¿y si lo intento? Tal vez cambiaría. Si le tengo paciencia, si busco la manera; pero a estas alturas, no creo. Y todo por darle una sorpresa. Quién me iba a decir que la de la sorpresa sería yo. En buena hora se me ocurrió meterme en su clóset a esperarlo. Mejor hubiera entrado al cine; y todo por no tener la tentación de comer palomitas con el asqueroso aceite de coco que le ponen. Hubiera entrado. Pero, mira nada más qué ganas de engañarme. Qué bueno que no entré a ver la película de Mike Rourke.
Papelazo el que le hice; y la cara de Fernando, se desencajó todito. Qué fraude. Y él que siempre criticaba.

Qué bueno que ya se fue Ivonne. “Otra de tus historias”, me hubiera dicho, pero esta vez sin muertito. Aunque ganas no me faltan de matarlo. Pero me las va a pagar. En el próximo guión lo pongo, así, con todo y su nombre. A ver si no le da pena.

Quién me iba a decir. No me hubiera metido al clóset. ¡Qué ocurrencia!, pero así no me lo contaron, lo vi con mis propios ojos… tendría que morderme la lengua después de esta última expresión, nunca la uso; pero estoy con Santo Tomás: verlo para creerlo. ¡Ay, qué ganas de pegar un alarido! Ni las lágrimas me salen.

Con razón, ¡tan contento que lo oía! Su voz seductora, pidiéndole que se desnudara. Por lo único que valió la pena fue por ver la cara de Miguel, el petulante ése que se decía tan mujeriego. Ya me parecía que había algo.

¿Y si voy mañana y escribo en la puerta de su departamento “Aquí vive un puto”? A Linares le gustaría eso, y hasta me diría: “escríbelo con tinta roja”, un close up…
No me hubiera metido al clóset…

Acerca de Tania Rodríguez

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