Espacio, tiempo y arrecifes

arreSolamente ellos saben de qué están hechos los sueños
Vértices y cobertizos, oscuridad y callejones.
Laberintos. Arrecifes.

Una ciudad gigante y sus ballets. Un escenario y su tramoya.
Una tarde frente a la computadora y el sol que fenece.
Una llamada furtiva para una cita a ciegas. Una boca hambrienta y la ciudad que se abre a la noche; a la mitad del universo.
Un beso en la oscuridad, un pan de sal y el vino que derrama las caricias, infinitas caricias.
Los sueños se hacen de caminatas; que son la suma de pasos, la convergencia del espacio y tiempo arrebatado a lo cotidiano.
Los sueños no se modulan, se viven. Vienen en cascadas y se arremolinan para luego seguir su cause.
Un río.
Ellos nunca adivinan, ni vislumbran el futuro. Sólo siguen y aprecian su corriente interior, esa fuerza que los combina y los mezcla, entre agua salada y dulce.
Ellos descansan por tiempos, mientras que uno vive, el otro vigila, le lee los sueños–recuerdos. No se prometen nada.
Las comidas en la calle de Regina, “El andante”, y el café de la esquina “El príncipe Jekemir”.
Nuestros viajes en metro, las audiciones callejeras. Sobre todo cuando se acerca a nosotros el mejor interprete de La espinita. Un hombre de estatura baja, con ojos rasgados que me remite a ese icono asiático, Ho Chi Min, quien canta:

“Suave, que me estás matando, que estás acabando con mi juventud.
Yo quisiera haberte sido infiel y pagarte con una traición.
Eres como una espinita que se me ha clavado en el corazón.
Suave, que me estás matando, que estás acabando con mi amor (…)”.
Mis visitas en tu casa, las salidas al cine, en tandas maratónicas hasta quedar exhaustos.
Cuántas Muestras (de cine) guardas en tu memoria. Lo maravilloso de todo es que no eres presumida.
A veces, cuando te miro desde mi sueño, en silencio: te admiro.
Los sueños son una secuencia de imágenes que se suceden: ¡Por fin!, un vestido azul. Tu cuerpo desnudo. Tu mirada frente a los textos. Tu disertación puntual. Un abrazo sorpresivo.
Una mañana que amanece somnolienta y se sirve con cuchara grande hasta quedar despierta.
Y aunque yo viva en el Norte y tú en el Sur, las más de las veces nos acomodamos para dormir juntos.
(En nuestro imaginario, me fui de mojado, y no regreso hasta traer dinero. Recuerdo que dijiste: “no importa si te paras en Insurgentes, pero tú traes dinero a casa (c…).
Ella le explica –desde su técnica– cómo están construidos los sueños:
Restos diurnos y nocturnos
“Mira cómo se asocia tu camisa con mi velo. La noche de anoche y tu mirada. El verso de la lírica callejera con el toc–toc de mis tacones de aguja”.
Mi libreta de apuntes y tu intimidad. El disgusto del martes y la reconciliación del sábado por la mañana.
Tu llegada y tu huida un día entre semana, después de dos meses de no verte.
Tu sonrisa oculta porque me sabes “aquí y ahora”.
Porque dices:
–No importa dónde estés mañana, al fin y al cabo sé que te llevo dentro –y señalas con tu índice el hemisferio izquierdo.
Y apuntas, mira qué oportuno:
–Aunque no me quisieras –concedes– qué importante es el colecho.
–De acuerdo.
Ahora tengo que retirarme porque muy a menudo me solicitas que te deje, porque necesitas “tu tiempo y tu espacio”.
Yo, flotando, asido a un arrecife.

Acerca de Carlos Bustamante Hernández

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